Para ilustrar la leyenda me he decido por esta foto del hijo de Desiderio, el relojero. Este joven tenía la extraña habilidad de, sin mirar ningún reloj, decirte, si se la pedias, la hora exacta.
Cuando llegué al Puerto de la Cruz, siendo aún muy joven, tuve la ocasión de creerme LA MENTIRA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA
SOBACO ILUSTRADO, apodado así porque se paseaba a diario por S. Telmo con algún libro o algunas revistas o ambas cosas a la vez debajo del brazo me señaló un buen día a un venerable anciano a quién apodaban “El Cubanito”, instándome a que, pretextando ignorar yo la hora, me interesara por el extraordinario reloj (Cuervo y sobrinos) de plata que se alojaba en el bolsillo de su chaleco y cuya cadena, del mismo metal, reverberaba bajo la luz tinerfeña del Puerto de la Cruz. Así obtendría yo la “increible” historia que “El Cubanito” estaba dispuesto siempre a contar
“El Cubanito” sospechaba continuamente de todo aquel que osaba preguntarle la hora. El sabía perfectamente que, en realidad, lo único que verdaderamente nos interesaba era escuchar la “alucinante” historia sobre su precioso reloj (Cuervo y sobrinos) de plata y de bolsillo:
“Cuando fuí llamado a filas para combatir en la guerra de Cuba, mi abuelo me regaló este extraordinario reloj (Cuervo y sobrinos) por dos motivos fundamentales: porque me había hecho mayor de repente y como talismán que me proporcionara suerte en tierras tan lejanas.
Como bien sabes, perdimos la guerra. Los americanos, con la excusa del hundimiento del Maine, se apoderaban paulatinamente de la isla. Huyendo de los yanquis que nos perseguían muy de cerca, mi compañía se retiraba apresuradamente hacia la playa donde esperaba una barcaza para luego depositarnos sobre la cubierta de un barco fondeado a tal fín en la bahía.
Atravesábamos una selva, yo el último y con ganas de hacer de vientre. Me detuve en un claro, a la luz de la luna, he hice, a toda prisa, mis necesidades. Evacué rapidamente. A pesar de ser el último, conseguí llegar a tiempo sano y salvo. Una vez en cubierta, descubrí, para mi desdicha, que había extraviado el tan preciado reloj (Cuervo y sobrinos). Posiblemente, en aquel claro de la selva. Me resigné tarde a ello aunque siempre lo lamenté muchísimo. Tras una larga y penosa travesía, arribamos a Canarias. Para entonces mi abuelo había fallecido.
¡¡Y EN ESTO LLEGÓ FIDEL!!.
Ya casados, mi mujer y yo aprovechamos una oportuna oferta del INCERSO para visitar la Cuba Libre de Castro. Una vez allí, un buen día arrastré a mi mujer por los senderos que, durante la guerra, en mi huida, me habían permitido llegar hasta la playa con vida. Nos adentramos en la selva pero el claro donde yo había hecho mis necesidades en el pasado, ya no existía. En su lugar la exhuberante e intrincada vegetación se había hecho sitio. Nuestra presencia había logrado enmudecer a las aves, la brisa dejó de soplar dando lugar a una calma tensa y en medio de aquel silencio tropical comenzamos a escuchar perfectamente el increíble y acompasado sonido de un TIC-TAC, TIC-TAC, TIC-TAC, ..........
Alzamos la vista y allí estaba, radiante, brillante, palpitante, suspendido de la rama más alta de un sicomoro. Logré, no sin dificultad, trepar al árbol y recuperar el tan ansiado regalo de mi abuelo.
Anulamos las reservas en el Hotel zarpando de inmediato hacia Canarias.
Solo me desprendo de él cuando voy al retrete.
Sir Livingston (Memorias de Canarias).
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