Algo antes de las cinco de la tarde, T.G, disculpándose, les abandonaba por el momento para sumergirse en las profundidades del gran habitáculo destinado al comandamiento de la nave. Un ligero temblor en su estructura y el parpadeo de la luz artificial anunciaban que el momento de la reentré ya se aproximaba y en consecuencia Stanley y Livingstone, cerrando repentinamente el libro escrito por su enemigo común barón Humboldt, optaron por tomar asiento cómodamente en el lugar destinado a los pocos miembros de la tripulación. Solo cabía esperar el momento en el que el CUÉLEBE se situara en la órbita correspondiente del planetoide. Para ello y desde mucho antes, T.G. había estado introduciendo las distintas coordenadas en la sorprendente memoria del minúsculo ordenador central para que, llegado el momento, este las transmitiera al automatismo de la nave obligándola a elegir el ángulo preciso de ataque requerido en función de factores tan variados como velocidad, presión, temperatura, peso, inclinación del eje de ZLB, diámetro de su circunferencia, etc., etc.
Todo ocurrió muy rápido. Apenas si notaron el impacto contra la atmósfera de ZLB. Una vez en ella, la benefactora sensación de flotabilidad resultaba sumamente agradable y placentera. T.G. regresó hacia ellos, disculpándose de nuevo, dibujando en su rostro una fresca como franca sonrisa tras la que resplandecía una perfecta, sana y blanquísima dentadura propia solo de las personas que jamás mienten y, mucho menos, bajo juramento. Y ella, efectivamente, resultaba ser del todo sincera cuando afirmaba que en breve, dentro de quince minutos a lo sumo o, lo que es lo mismo, dentro de una hora de las de ZLB, aterrizarían, por fín, en el pequeño planeta elegido.
Todo ocurrió muy rápido. Apenas si notaron el impacto contra la atmósfera de ZLB. Una vez en ella, la benefactora sensación de flotabilidad resultaba sumamente agradable y placentera. T.G. regresó hacia ellos, disculpándose de nuevo, dibujando en su rostro una fresca como franca sonrisa tras la que resplandecía una perfecta, sana y blanquísima dentadura propia solo de las personas que jamás mienten y, mucho menos, bajo juramento. Y ella, efectivamente, resultaba ser del todo sincera cuando afirmaba que en breve, dentro de quince minutos a lo sumo o, lo que es lo mismo, dentro de una hora de las de ZLB, aterrizarían, por fín, en el pequeño planeta elegido.
Mientras tanto, en la estación espacial, los técnicos correspondientes se apresuraban para recibir al CUÉLEBE en las mejores condiciones posibles. Se habían habilitado las mejores habitaciones para la tripulación y tres nuevos cañones lasser ya estaban dispuestos en la gran explanada del recinto para ser disparados en cuanto llegara el momento. Los recepcionistas desconocian aún las fechas de nacimiento de los tres viajeros pero una vez recopilados estos datos, se podría facilmente establecer el lugar exacto en la galaxia en que las MALAS ESTRELLAS de cada uno de ellos pudieran ser abatidas y eliminadas sin ninguna dificultad.
El CUÉLEBE fué descendiendo paulatinamente hasta que su tren, acariciando suavemente la pista humeda del aeropuerto y trás una breve pero enérgica carrera, terminó aproximando la nave con suma delicadeza hasta su misma terminal.
...........continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario