Al presentar la suya, T.G., con una mirada oblícua de recelo, apelaba con el gesto a la total discreción del funcionario de turno. Sin embargo, la única viajera femenina de la expedición, no tendría razón alguna en tratar de ocultar su fecha exacta de nacimiento como no fuera que su extrema juventud le impidiera por ley comandar una nave de las complicadas características del CUÉLEBE. Solo así se entendería tal comportamiento pues de todos era bien sabido que T.G. no había llegado aún a alcanzar la treintena mientras que sus avezados compañeros de aventuras, Stanley y Livingstone, le doblaban sobradamente la edad.
Los viajeros decidieron rechazar el amable ofrecimiento de alojamiento alegando como excusa que no soportarían hibernar por muchas horas durante el dia siguiente en ZLB por lo que se apresuraron a disponer de lo necesario y trasladarse sin mas dilación hasta el despejado campo de tiro para, por fín, tratar de resolver el tan discutido enigma de la MALA ESTRELLA que tanto les preocupaba y por el que tan apresuradamente se habían desplazado hasta aquí.
Así lo hicieron. Sobre una gran explanada completamente desierta, tres cañones lasser de largo alcance se alineaban paralelos a la lejana e imprecisa linea del horizonte con un determinado ángulo de tiro, distintos entre si , de acuerdo a cada una de las diferentes fechas de nacimiento del trio. Un funcionario había introducido previamente en cada uno de ellos una tarjeta magnética con los datos de nacimiento de los tres tiradores. A la izquierda, Stanley; en el centro, T.G.; a la derecha Livingstone.
Pronto la noche se abatiría completamente sobre la gran explanada y alrededor de las ocho en punto daría comienzo la cacería. El primero en disparar sería Stanley y a intervalos de un segundo los dos restantes; siempre de izquierda a derecha. No se oiría nada, ni siquiera el clic del gatillo. Solo se apreciaría una delgada línea luminosa de color rojo atravesando velozmente el espacio hasta perderse en la difusa linea teñida por el ocaso. Así nos lo había explicado el funcionario que ahora encendia los monitores de cada cañon y en cuyas pantallas de plasma aparecerían las imágenes del impacto quince segundos más tarde después de producirse el disparo.
Levantó el brazo y justo cuando el minutero llegó al doce, el funcionario gritó:
-¡¡FUEGO!!.
El primero, disparado por Stanley, se perdió tras la supuesta línea del horizonte, en silencio. Un segundo después, también disparó T.G. Una linea roja perpendicular a donde el cielo se junta con la tierra se redujo en un instante a un punto del mismo color en la lejanía. Por último le tocó el turno a Livingstone. Su disparo no le deparó ninguna mueva sorpresa. Cuando al fín consiguió alzar la vista ya no pudo distinguir nada que no fuera la profunda oscuridad del firmamento.
Quince segundos más tarde y a intervalos de un segundo, aparecieron en cada una de las pantallas planas de los monitores los efectos inmediatos del impacto. Un enorme paraguas de diminutas y luminosas partículas multicolores, se precipitaban blandamente hasta consumirse en el espacio como pavesas ingrávidas, como luciérnagas galácticas moribundas. Al propio tiempo, una sensación de bienestar y de relajación parecía apoderarse paulatinamente del organismo de cada uno de nuestros tres protagonistas. La sensación de suprema felicidad invadía ahora sus corazones henchidos de gozo. Que gran peso parecíales haberse quitado todos de encima. Deseaban fervientemente regresar cuanto antes a la Tierra y disfrutar de ese nuevo estado de ánimo que embriagaba sus almas, libres al fín de tanto recelo acumulado.
Aunque habían leido que, si bien por largo tiempo, la sensación de felicidad solo sería transitoria, ansiosos estaban de hacer partícipes a todos los suyos de la increible experiencia vivida. Hasta que la MALA ESTRELLA de cada uno volviera con el tiempo a configurarse, -tal y como determinaba el DESTINO,- dispondrían siempre de una nueva oportunidad, única pero repetible, de volver durante un tiempo a ser completamente felices.
Una hora más tarde de la experiencia vivida y a bordo de la magnifica CUÉLEBE comandada por T.G., Stanley y Livingstone regresaban sin novedad a la Tierra para retomar, donde la habían dejado, la secreta misión que les mantendría totalmente ocupados durante un largo e impreciso periodo de tiempo en el archipiélago canario y envueltos de nuevo en su enconada lucha contra el más acérrimo de todos su enemigos: el barón HUMBOLDT.
FIN
He estado muy bien dirigida maestro,solo interpreté lo que usted escribía, al respecto de la historia de la mala estrella a la que aún le daré algún que otro toquecito para rematarla. Ha sido un placer hacer éste cuento a medias y.... por fín he aprendido su sabio consejo, saber concretar. Gracias. TG.
ResponderEliminarPor cierto, esplendida ilustración, al margen de ser obra suya es una elección perfecta.
No veo señales de Stanley. Tal vez se encuentre todavía bajo los efectos del alcohol.
ResponderEliminarCuanto silencio.........
ResponderEliminarBueno tiene toda la razón mi amigo Livingston. despues de un largo paseo tras el alcohol, sólo me queda decirle que menos mal nos queda una oportunidd hasta que se vuelva arecomponer la estrella.
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