En muy contadas ocasiones suelen llegar hasta mís oídos los ecos lejanos de la lenta y precaria actividad política que se desarrolla en la isla de Tenerife.Cuando esto ocurre, de lo que allí sucede se desprenden una serie de conclusiones de las que me siento parcialmente confuso por no decir totalmente avergonzado.
No cabe duda de que el personaje que ilustra el texto se encuentra en el mismo estado de ánimo al que yo padezco a tenor de las tantas ambigüedades parlamentarias que nuestros representantes en materia política son capaces de manifestar públicamente en el seno de la comunidad canaria
Pese a todo, confieso que si bien los políticos no consiguen todavía encontrar soluciones a los problemas intrínsicos de las islas, sólo espero y deseo que la soberbia naturaleza que carateriza nuestra propia idiosincracia, sumada al efecto devastador que pueda producir en el ánimo de los gobernantes el paulatino deterioro de nuestro magnífico medio ambiente, de los recursos económicos derivados del turismo, de la agricultura y la pesca, etc., etc., sean lo suficientemente alarmantes como para tratar de encontrar entre todos las posibles soluciones extraviadas hoy entre los muchos y estrechos resquicios del interior de tantos hemiciclos abiertos.
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