Mi buen y gran amigo José Martín ha tenido la suprema gentileza de enviarme esta entrañable fotografía de un personaje no menos entrañable aún para todos aquellos miembros de mi ya pretérita generación que durante las madrugadas de muchos años acudimos a su establecimiento, -ubicado en el muelle, en el rincón que formaba la fachada del bar de CAYAYA- a saciar el hambre producida por el desengaño de las largas noches de ausencia a base de bocadillos de caballa o de sardinas sabiamente acompañados en ocasiones de un café bien caliente con leche condensada.
Nunca me supieron tanto otros bocadillos cosumidos en distintas partes del mundo como aquellos manufacturados por el propio Juan y degustados comodamente sentados en el muelle, muy próximos al mar y, -como dice la canción-, con los pies colgando sobre la bahía.
Tras de todos nosotros, en aquellas templadas madrugadas del Puerto de la Cruz, cerraban las puertas El Bali, El Cintra, El Golden Club, El Why Not y tantos otros garitos nocturnos de la época pero por suerte para los noctámbulos siempre nos quedaba el "guachinchito" de Juan.
Dependiendo de los cambios climáticos, el carácter de Juan variaba tanto como las curvas isobáricas; sin llegar jamás, -todo hay que decirlo-, a que por ello nos resultara insoportable. Todos sabíamos hasta que punto el asma que padecía Juan le hacía cómplice también de todos nuestros fracasos y frustraciones juveniles.
Descanse en paz.
Nunca me supieron tanto otros bocadillos cosumidos en distintas partes del mundo como aquellos manufacturados por el propio Juan y degustados comodamente sentados en el muelle, muy próximos al mar y, -como dice la canción-, con los pies colgando sobre la bahía.
Tras de todos nosotros, en aquellas templadas madrugadas del Puerto de la Cruz, cerraban las puertas El Bali, El Cintra, El Golden Club, El Why Not y tantos otros garitos nocturnos de la época pero por suerte para los noctámbulos siempre nos quedaba el "guachinchito" de Juan.
Dependiendo de los cambios climáticos, el carácter de Juan variaba tanto como las curvas isobáricas; sin llegar jamás, -todo hay que decirlo-, a que por ello nos resultara insoportable. Todos sabíamos hasta que punto el asma que padecía Juan le hacía cómplice también de todos nuestros fracasos y frustraciones juveniles.
Descanse en paz.
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