Creo que aquel decorado de
ensueño siempre, -y sin darnos cuenta hasta mucho más tarde-, le vino grande a mi
familia. Aunque en un principio parecimos encajar perfectamente en él, tuvimos por
contra el inconveniente de no haber
pertenecido nunca a aquel soberbio paisaje donde de continuo recibíamos suaves aunque discretos empujoncitos para sacarnos de sus
límites. Allí se movían a la perfección todos aquellos cuyas raíces permanecían
desde su nacimiento vinculadas a su tierra y a su mar.
Un mar por el que mi hermano Pepe y yo
sentíamos una gran debilidad y cuyas olas rompían con energía contra aquel
bastidor rocoso que sostenía el lienzo multicolor, multiétnico y casi
multinacional que propiciaba la industria de un turismo cada vez más emergente
y que años más tarde se iría
deteriorando de tal manera que hasta corríamos el serio riesgo de que en su desplome quedáramos sepultados para siempre bajo su pesado lienzo, afectando, de manera especial, a los foráneos y advenedizos como nosotros.
Cada uno defendía el sitio que verdaderamente le correspondía y es justo
reconocer que esa prioridad se la adjudicaran los allí nacidos y arraigados.
Mi hermano Pepe y yo proveníamos
de un desarraigo social donde, desde niños, nuestro mayor entretenimiento consistía
en asistir a presenciar, desde la desconchada acera, como se derretía el piche
de la carretera general durante los intensos días de sol en pleno verano. Aquel
suburbio inhóspito al que dividía en dos la cinta de alquitrán derretido no era
otro que La Cuesta.
El nuevo decorado portuense no sólo se componía de un precioso paisaje físico que en absoluto alteraba nuestra tímida presencia en él sino que nuestros deseos, nuestras esperanzas y nuestro futuro también tenían cabida en un reducido espacio sentimental, invisible para el resto pero no para nosotros, los que llegamos de La Cuesta mientras el piche de su carretera general continuaba derritiéndose año tras año bajo el sol implacable de aquellos calurosos veranos ya pretéritos. De haber sido un espacio visible, esa reserva sentimental sobre el lienzo de aquel distinto y hermoso paisaje hubiera explicado muchas cosas sobre nosotros, sobre mi querido hermano Pepe y yo que muchos desconocian.
Una suerte maléfica parecia perseguir desde siempre a mi familia, cebándose, sobre todo, en nosotros, en mi hermano y en mí. En forma de oscuro moho enlutado, aquel incomprensible maleficio terminó poco a poco por apoderarse del lienzo multicolor que para nosotros significaba el Puerto, escudriñando, acechándonos desde cualquier esquina sin que Pepe y yo pudiéramos hacer nada por evitar la castración artística, intelectual, lúdica, deportiva, etc. a la que nos tenía sometidos. Y así, el bastidor que lo sostenía se fue deteriorando, se fue pudriendo bajo el peso de su funesta influencia, con peligro para nosotros , los que un día llegamos desde de La Cuesta con tan buenas intenciones de futuro.
Mucho antes de que aquel pesado telón de fondo terminara por caer irremisiblemente sobre la ya endeble figura de mi querido hermano Pepe, sepultándolo para siempre, yo ya me había descolgado de aquel rancio decorado que lentamente se iba desdibujando en la medida que aquel moho enlutado se apoderaba paulatinamente de él.
Junto a mi nueva familia, Carmen y Dácil, me refugié en uno nuevo, luminoso, abierto, con sus cuatro estaciones y sus cuatro puntos cardinales de los que sólo me interesaban dos: al Norte Los Pireneos, al Sur el Mediterráneo.
Sin embargo y con permiso del excelente músico y compositor, también siempre podré cantar: .......y que le voy a hacer, Serrat, si yo no nací en el Mediterráneo?
El nuevo decorado portuense no sólo se componía de un precioso paisaje físico que en absoluto alteraba nuestra tímida presencia en él sino que nuestros deseos, nuestras esperanzas y nuestro futuro también tenían cabida en un reducido espacio sentimental, invisible para el resto pero no para nosotros, los que llegamos de La Cuesta mientras el piche de su carretera general continuaba derritiéndose año tras año bajo el sol implacable de aquellos calurosos veranos ya pretéritos. De haber sido un espacio visible, esa reserva sentimental sobre el lienzo de aquel distinto y hermoso paisaje hubiera explicado muchas cosas sobre nosotros, sobre mi querido hermano Pepe y yo que muchos desconocian.
Una suerte maléfica parecia perseguir desde siempre a mi familia, cebándose, sobre todo, en nosotros, en mi hermano y en mí. En forma de oscuro moho enlutado, aquel incomprensible maleficio terminó poco a poco por apoderarse del lienzo multicolor que para nosotros significaba el Puerto, escudriñando, acechándonos desde cualquier esquina sin que Pepe y yo pudiéramos hacer nada por evitar la castración artística, intelectual, lúdica, deportiva, etc. a la que nos tenía sometidos. Y así, el bastidor que lo sostenía se fue deteriorando, se fue pudriendo bajo el peso de su funesta influencia, con peligro para nosotros , los que un día llegamos desde de La Cuesta con tan buenas intenciones de futuro.
Mucho antes de que aquel pesado telón de fondo terminara por caer irremisiblemente sobre la ya endeble figura de mi querido hermano Pepe, sepultándolo para siempre, yo ya me había descolgado de aquel rancio decorado que lentamente se iba desdibujando en la medida que aquel moho enlutado se apoderaba paulatinamente de él.
Junto a mi nueva familia, Carmen y Dácil, me refugié en uno nuevo, luminoso, abierto, con sus cuatro estaciones y sus cuatro puntos cardinales de los que sólo me interesaban dos: al Norte Los Pireneos, al Sur el Mediterráneo.
Sin embargo y con permiso del excelente músico y compositor, también siempre podré cantar: .......y que le voy a hacer, Serrat, si yo no nací en el Mediterráneo?
Querido Zoilo
ResponderEliminarYo, mejor que nadie sé a lo que te refieres cuando dices "ahora que me he quedado solo", pero quiero recordarte aunque no sea necesario,
que tu "soledad" no tiene la dimension que a priori podría parecer, soledad respecto a tu hermano "si", respecto a algunos amigos del Puerto, los de verdad siguen estando y lo hemos comprobado juntos en nuestra reciente y triste visita a Tenerife. Por otra parte, tienes una mujer y una hija que te adoran y bastantes amigos de verdad tambien fuera de la isla. Ya sabemos que no existe la justicia, ni la divina ni la humana, por esa razon algunos disfrutan de una vida sin esfuerzos y otros por más que se esfuercen no consiguen "romper el muro". Un beso
Ahora que me he quedado sólo ... que sólo me he quedado.
ResponderEliminarDos frases en una y ¡qué gran diferencia las une y acompaña en su soledad !
MUY BONITO SOILO LO QUE HAS ESCRITO.LOS CONOSCO A USTEDES DE CUANDO ESTABAN EN CASA DE DOÑ CELIA MI MAMA ERA AMIGA DE TU MAMA,SIENTO MUCHO LA MUERTE DE TU HERMANO, UN FUERTE ABRAZO. MARI
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