En el Puerto de la Cruz de aquella década todo el mundo se conocía. Algunos jóvenes nos divertíamos de manera distinta al resto, pero esta circunstancia no la tenía muy en cuenta la policia municipal siempre que no traspasáramos los límites de lo permisible; y dentro de lo permisible también se movía el grupo al que yo pertenecía, manteniendo siempre una ética basada en los postulados de una educación judeo cristiana bajo el amparo del régimen dictatorial de entonces y una estética propia de aquel movimiento hippye en el que se vió inmersa una gran parte de la juventud mundial de los setenta.
A pesar de que no me unía una estrecha amistad con los miembros de la Policia Municipal del Puerto sí que puedo afirmar que existía una tolerancia total entre ellos y nosotros, propia de años de convivencia en una ciudad tan pequeña y, como ya he comentado antes, donde todos nos conocíamos.
Prueba de ello es este documento gráfico tomado después de un desfile de Carnaval por la avenidad de Colón de la ciudad. Recuerdo que el agente de la gorra de plato no hacía mucho tiempo que había entrado a formar parte del cuerpo. Por las sombras que se proyectan sobre el pavimento podríamos afirmar que la foto está tomada sobre las seis de la tarde y, naturalmente, en Febrero.
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