CAPÍTULO I
Hace muy poco tiempo y por pura casualidad he podido enterarme de la existencia de una misteriosa y clandestina profesión de la que jamás antes había oido hablar. Al parecer, no todo el mundo está preparado para llevarla a cabo y la prueba de ello es que en España, por poner un ejemplo próximo, sólo existe un hombre capaz de haberla explotado en su propio beneficio. Para ella se requieren unas dotes muy especiales caracterizadas por un extraño fenómeno de nacimiento que los científicos han bautizado con el mítico nombre de síndrome de MORFEO y que en la actualidad sólo afecta a uno de cada cien millones de personas por cada tres generaciones.
Yo conozco a ese hombre; de mediana estatura, mirada somnolienta en sus grises ojos abiertos sobre unas profundas ojeras de color violeta, naríz ganchuda bajo la que atraviesa, sin apenas labios, una linea recta acotada por unas comisuras con restos siempre de saliva sobre un mentón huidizo. Escaso pelo cano y unos setenta años de edad. Curiosamente, se hace llamar MORFEO, de igual manera que el síndrome que tanto le afecta y que paradojicamente le sirve para ganarse muy bien la vida, por cierto.
Un veintinueve de Febrero de la década de los cuarenta del siglo pasado vino al mundo, totalmente en silencio, un niño de cuatro kilos de peso y cuarenta centímetros de estatura. Nació a mediodia pero roncaba tan profundamente que la comadrona no tuvo suficiente con las habituales dos nalgadas para intentar despertarlo de inmediato sino que fue necesario emplear un enorme despertador de sobremesa para que, por fín, abriera los diminutos ojos legañosos.
Por esa razón fue bautizado con el nombre de MORFEO, nombre que en el futuro utilizaría para designar también a su muy curiosa propia empresa. Una pequeña empresa que por sus especiales características sólo precisaba de su propia persona para generar unos beneficios que le permitirían vivir cómodamente el resto de sus dias dedicando además la mayor parte del tiempo empleado en descansar por cuenta ajena.
Su clientela se componía, en su mayoría, de toda aquella gente que vinculada al mundo del espectáculo, a la política, etc., además de todas aquellas otras personas que a costa de sus impropias horas de sueño, intentaban ganarse fácilmente la vida amparadas en la más absoluta oscuridad de sus sucios propios negocios, engendrados gracias a la audacia que genera siempre la codicia.
El "modus operandi" era bien sencillo al tiempo que muy discreto. Su alias y telefóno sólo aparecían en las impolutas agendas secretas de no más de un centenar de pro-hombres de muy diversa índole especialmente vinculados todos ellos al poder económico, empresarial, político y, en algunos casos, también artísticos. En definitiva, todos aquellos que se entienden, se confabulan y se lucran al amparo de los llamados poderes fácticos de este mísero pais en bancarrota.
Su despacho, por así decirlo, no era nada convencional. Se trataba de una cómoda suite con teléfono, radio, televisor y un potente ordenador MAC donde guardaba una reducida lista de asíduos clientes cuyas fichas detallaban sus especiales características psiquicas y psicológicas. La cama era enorme; de dos cincuenta metros de larga por otros dos metros de ancha y contaba con todos los adelantos ergonómicos para garantizar un perfecto descanso. Junto al amplio vestidor se abría un modernísimo cuarto de baño de unos treinta y seis metros cuadrados que incluía además de todos los servicios sanitarios, un enorme y profundo yacusi de los de última generación.
Morfeo, como es natural, se prodigaba muy poco en sociedad pero afortunadamente yo me encontraba en poder de una detallada información privilegiada facilitada por una especie de vice-secretario del Ministerio del Interior cuyo nombre, por razones de seguridad, no me está permitido desvelar pero a quién sin embargo le debo el hecho de que el dormidor profesional, al mencionar el nombre de mi informador, accediera a concederme una larga y suculenta entrevista la apacible tarde de verano en la que, previa cita, me personé en su domicilio por primera y única vez. Una discreta vivienda con terracita de la que tampoco se me está permitido citar aquí por razones más que obvias. Como siempre, yo iba acompañado de mi inseparable NIKON con la que esperaba obtener algunas fotos del personaje una vez nos hubiésemos relajado lo suficiente de lo que se suponia debía afectarnos aquel inesperado factor sorpresa por parte de ambos. MORFEO no se opuso en absoluto a la magnitud de la entrevista que previamente habíamos acordado pero declinó con esmerada educación mi invitación a que fuera retratado.
Algunos meses después de aquella larga entrevista y sin que aún no hubiera sido publicada en los medios, me sorprendió enormemente encontrar en un periódico local una escueta noticia en su página de sucesos en la que se mencionaba aquel domicilio como lugar de los hechos de un posible asesinato ocurrido hacía ya unos dias. Según el diario, la policia no descartaba ninguna hipótesis, detalle que según mi propia experiencia venía a decir que por el momento sólo disponían de simples conjeturas sobre el caso. Lo sorprendente de todo ello resultó ser que se trataba de un domicilio que yo ya conocía previamente y aunque no citaban el nombre del cadaver todo hacía suponer de que aquella persona era la misma que yo había entrevistado tiempo atrás: MORFEO.
Me tomé algunos dias de reflexión antes de decidirme a acudir a la policia para tratar en lo posible de arrojar alguna luz que pudiera ayudar a esclarecer un caso que por sus especiales características me había conmovido profundamente, entre otras cosas porque, que yo supiera, aquel buen hombre no parecía haber tenido nunca entre el entorno profesional en que se movía comunmente enemigos a los que pudiera haber hecho, pongo por caso, una desleal competencia mercantil y mucho menos aún entre su muy selecta, escogida y discreta clientela por lo que mi aguda perspicacia no sólo me decia que MORFEO no era persona merecedora de una tan trágica muerte como aquella sino que sus viles asesinos, dadas las actuales circunstancias, parecían haber salido de entre los más eficaces profesionales del crimen organizado que pueblan los bajos fondos de la muy populosa ciudad de Barcelona.
CAPÍTULO II
El comisario y yo nos conocíamos profesionalmente. Mis fotografías habían ilustrado en distintas páginas de sucesos de otros tantos periódicos muchas intervenciones policiales comandadas por el sagaz agente de modo que ambos teníamos motivos más que suficientes para llegar a un entendimiento ventajoso para nuestros propios intereses profesionales.
Según el médico forense, MORFEO había sido asesinado sobre la medianoche del día de autos mientras dormía profundamente en su espaciosa cama. Al parecer, el asesino con mucho sigilo había colocado una almohada sobre su cabeza y a través de ella y a bocajarro había disparado dos tiros que habían impactado en el cráneo causándole la muerte de inmediato. En el lugar de los hechos yacían esparcidos restos de plumón despedidos del interior de la almohada mezclados con trozos de masa encefálica en medio de un gran charco de sangre que teñía completamente de rojo una extensa superficie de las blancas sábanas que cubrían el lecho. La puerta de la vivienda no había sido forzada y los casquillos de bala no se había encontrado en el interior de la habitación lo que hacía suponer dos cosas: que el asesino disponía de llave y por lo tanto conocía bien a la víctima y que nos encontrábamos ante la presencia de un sicario muy profesional.
Después de unos días de exhaustiva investigación, el comisario había llegado a la conclusión de que el asesino había actuado solo y si bien había utilizado un silenciador para perpetrar el asesinato, el recurso de la almohada fue ideado para que la sangre de la víctima no le salpicara la ropa ni el rostro. No resulta pues dificil llegar a imaginar que trás la misteriosa ejecución del dormidor y una vez abandonado el escenario del crimen, el asesino habría tenido tiempo suficiente de haberse mezclado, sin levantar sospechas, entre algún grupo de gente conocida que frecuentara los mismos lugares que él a esa hora de la noche de un sábado cualquiera de un año bisiesto como 2012.
CAPÍTULO III
Yo me encontraba en posesión de una valiosísima información que a lo largo de mi extensa declaración fuí poniendo lentamente a disposición del comisario mientras éste iba grabando mi alocución en un sencillo y barato magnetófono de bolsillo.
Empecé hablando del síndrome que había afectado a MORFEO desde su nacimiento y como con el tiempo había convertido aquel extraño fenómeno en su auténtica y definitiva profesión como medio de ganarse la vida de una forma que yo calificaría, sin lugar a dudas, de sumamente honrada. Y se la ganaba como dormidor por cuenta ajena; es decir, durmiendo por riguroso encargo para otros durante el día. Mientras los que le pagaban asistían a veladas nocturnas que en ocasiones duraban hasta altas horas de la madrugada, MORFEO dormía profundamente por ellos para que el sueño no les venciera en medio de una fiesta, una conferencia, una sesión de ópera, de teatro, etc., etc., evitando así el espantoso ridículo que supone empezar bostezando en una velada y acabar profundamente dormido en presencia de los demás.
De manera despectiva, una gran parte de su clientela, al referirse a él, lo hacían por el apodo de "el marmota" aunque, por suerte, MORFEO desconocía por completo este grosero detalle contra su persona. Lo que en realidad todo el mundo ignoraba, y esto si que le acarreaba un auténtico drama personal, era el coste vital que le suponía dormir para otros tantas y tantas horas diarias seguidas y lo que resultaba aún peor, soñar durante todo ese tiempo de manera totalmente involuntaria por todos y cada uno de ellos a diario. Unos sueños, la mayoría de las veces, terribles, angustiosos y sin poder de algún modo evitarlos. Pese a todo, estos sueños, en un sentido, jugaban a su favor un importante papel que sin embargo nunca trató de aprovechar para lucrarse personalmente con el chantaje a pesar de que a través de ellos MORFEO era sabedor de todas sus miserias, de sus vicios, de sus miedos, de sus conductas, de sus infedelidades, etc., detalles que por precaución el dormidor iba anotando escrupulosamente en cada una de las fichas abiertas a sus clientes y encontrarse dispuesto a utilizarlas sólo como mecanismo de defensa si se diera alguna vez el caso de correr un riego serio contra su salud por parte de terceros.
A pesar de no poderla demostrar ni siquiera documentalmente, toda esta información, completamente desconocida para el comisario, resultaba de lo más creíble si se tiene en cuenta el historial clínico que obraría en poder de la administración de la Maternidad y que podría demostrar, cuanto menos, el extraño síndrome que desde su nacimiento había afectado hasta el día de su muerte al dormidor Morfeo. En ningún momento el comisario había puesto en duda la declaración obtenida por mi parte en la entrevista que yo había llevado a cabo hacía unas semanas en casa de la víctima pero al hilo de mi sorprendente intervención el policía sí que ya había comenzado a atar cabos basándose en otras informaciones que el manejaba a su antojo y que yo, hasta aquel momento, desconocía por completo.
El comisario no descartaba como causa principal y móvil del crimen un posible ajuste de cuentas perpetrado por activos miembros del cártel de la cocaina en Barcelona contra la persona de MORFEO por intromisión y competencia desleal en el mercado negro de la dama blanca.
EPÍLOGO
Morfeo jamás pudo suponer que el ejercicio de su tan honrada profesión chocaría frontalmente contra los sucios intereses de las mafias organizadas barcelonesas de la cocaina. Tampoco le darían tiempo a utilizar en su defensa toda la información obtenida y acumulada en años de sus mas fervientes clientes a través de sus propios inquietantes sueños y que tan meticulosamente iba almacenando en el disco duro de su poderoso ordenador MAC; y lo que resulta aún peor, encontraría la muerte sin ni siquiera saber exactamente el motivo por el que le habían asesinado de aquella forma tan vil.
Todo esto llega a ser mucho más fácil de lo que en principio parece, concluyó laconicamente el comisario mientras yo continuaba sumido en un profundo y respetuoso silencio. El precio de la hora de sueño pactada por Morfeo con sus ambiciosos distinguidos clientes resultaba bastante inferior al precio tasado por los mafiosos en el mercado del gramo de cocaina cortada, hecho que provocaba una paulatina aunque discreta desbandada de los cocainómanos en favor de los intereses de MORFEO quién, sin ni siquiera sospecharlo, continuaba ganando secretos enemigos en la misma proporción que también engrosaba nuevos y muy solventes clientes.
Sólo a alguien que no hubiera sido yo, quizás a su propio asesino, se le habría podido ocurrir escribir sobre la fría lápida de su tumba, a modo de epitáfio, aquella sencilla pero ridícula frase que rezaba así:
MURIÓ DURMIENDO; COMO UN LIRÓN
Un veintinueve de Febrero de la década de los cuarenta del siglo pasado vino al mundo, totalmente en silencio, un niño de cuatro kilos de peso y cuarenta centímetros de estatura. Nació a mediodia pero roncaba tan profundamente que la comadrona no tuvo suficiente con las habituales dos nalgadas para intentar despertarlo de inmediato sino que fue necesario emplear un enorme despertador de sobremesa para que, por fín, abriera los diminutos ojos legañosos.
Por esa razón fue bautizado con el nombre de MORFEO, nombre que en el futuro utilizaría para designar también a su muy curiosa propia empresa. Una pequeña empresa que por sus especiales características sólo precisaba de su propia persona para generar unos beneficios que le permitirían vivir cómodamente el resto de sus dias dedicando además la mayor parte del tiempo empleado en descansar por cuenta ajena.
Su clientela se componía, en su mayoría, de toda aquella gente que vinculada al mundo del espectáculo, a la política, etc., además de todas aquellas otras personas que a costa de sus impropias horas de sueño, intentaban ganarse fácilmente la vida amparadas en la más absoluta oscuridad de sus sucios propios negocios, engendrados gracias a la audacia que genera siempre la codicia.
El "modus operandi" era bien sencillo al tiempo que muy discreto. Su alias y telefóno sólo aparecían en las impolutas agendas secretas de no más de un centenar de pro-hombres de muy diversa índole especialmente vinculados todos ellos al poder económico, empresarial, político y, en algunos casos, también artísticos. En definitiva, todos aquellos que se entienden, se confabulan y se lucran al amparo de los llamados poderes fácticos de este mísero pais en bancarrota.
Su despacho, por así decirlo, no era nada convencional. Se trataba de una cómoda suite con teléfono, radio, televisor y un potente ordenador MAC donde guardaba una reducida lista de asíduos clientes cuyas fichas detallaban sus especiales características psiquicas y psicológicas. La cama era enorme; de dos cincuenta metros de larga por otros dos metros de ancha y contaba con todos los adelantos ergonómicos para garantizar un perfecto descanso. Junto al amplio vestidor se abría un modernísimo cuarto de baño de unos treinta y seis metros cuadrados que incluía además de todos los servicios sanitarios, un enorme y profundo yacusi de los de última generación.
Morfeo, como es natural, se prodigaba muy poco en sociedad pero afortunadamente yo me encontraba en poder de una detallada información privilegiada facilitada por una especie de vice-secretario del Ministerio del Interior cuyo nombre, por razones de seguridad, no me está permitido desvelar pero a quién sin embargo le debo el hecho de que el dormidor profesional, al mencionar el nombre de mi informador, accediera a concederme una larga y suculenta entrevista la apacible tarde de verano en la que, previa cita, me personé en su domicilio por primera y única vez. Una discreta vivienda con terracita de la que tampoco se me está permitido citar aquí por razones más que obvias. Como siempre, yo iba acompañado de mi inseparable NIKON con la que esperaba obtener algunas fotos del personaje una vez nos hubiésemos relajado lo suficiente de lo que se suponia debía afectarnos aquel inesperado factor sorpresa por parte de ambos. MORFEO no se opuso en absoluto a la magnitud de la entrevista que previamente habíamos acordado pero declinó con esmerada educación mi invitación a que fuera retratado.
Algunos meses después de aquella larga entrevista y sin que aún no hubiera sido publicada en los medios, me sorprendió enormemente encontrar en un periódico local una escueta noticia en su página de sucesos en la que se mencionaba aquel domicilio como lugar de los hechos de un posible asesinato ocurrido hacía ya unos dias. Según el diario, la policia no descartaba ninguna hipótesis, detalle que según mi propia experiencia venía a decir que por el momento sólo disponían de simples conjeturas sobre el caso. Lo sorprendente de todo ello resultó ser que se trataba de un domicilio que yo ya conocía previamente y aunque no citaban el nombre del cadaver todo hacía suponer de que aquella persona era la misma que yo había entrevistado tiempo atrás: MORFEO.
Me tomé algunos dias de reflexión antes de decidirme a acudir a la policia para tratar en lo posible de arrojar alguna luz que pudiera ayudar a esclarecer un caso que por sus especiales características me había conmovido profundamente, entre otras cosas porque, que yo supiera, aquel buen hombre no parecía haber tenido nunca entre el entorno profesional en que se movía comunmente enemigos a los que pudiera haber hecho, pongo por caso, una desleal competencia mercantil y mucho menos aún entre su muy selecta, escogida y discreta clientela por lo que mi aguda perspicacia no sólo me decia que MORFEO no era persona merecedora de una tan trágica muerte como aquella sino que sus viles asesinos, dadas las actuales circunstancias, parecían haber salido de entre los más eficaces profesionales del crimen organizado que pueblan los bajos fondos de la muy populosa ciudad de Barcelona.
CAPÍTULO II
El comisario y yo nos conocíamos profesionalmente. Mis fotografías habían ilustrado en distintas páginas de sucesos de otros tantos periódicos muchas intervenciones policiales comandadas por el sagaz agente de modo que ambos teníamos motivos más que suficientes para llegar a un entendimiento ventajoso para nuestros propios intereses profesionales.
Según el médico forense, MORFEO había sido asesinado sobre la medianoche del día de autos mientras dormía profundamente en su espaciosa cama. Al parecer, el asesino con mucho sigilo había colocado una almohada sobre su cabeza y a través de ella y a bocajarro había disparado dos tiros que habían impactado en el cráneo causándole la muerte de inmediato. En el lugar de los hechos yacían esparcidos restos de plumón despedidos del interior de la almohada mezclados con trozos de masa encefálica en medio de un gran charco de sangre que teñía completamente de rojo una extensa superficie de las blancas sábanas que cubrían el lecho. La puerta de la vivienda no había sido forzada y los casquillos de bala no se había encontrado en el interior de la habitación lo que hacía suponer dos cosas: que el asesino disponía de llave y por lo tanto conocía bien a la víctima y que nos encontrábamos ante la presencia de un sicario muy profesional.
Después de unos días de exhaustiva investigación, el comisario había llegado a la conclusión de que el asesino había actuado solo y si bien había utilizado un silenciador para perpetrar el asesinato, el recurso de la almohada fue ideado para que la sangre de la víctima no le salpicara la ropa ni el rostro. No resulta pues dificil llegar a imaginar que trás la misteriosa ejecución del dormidor y una vez abandonado el escenario del crimen, el asesino habría tenido tiempo suficiente de haberse mezclado, sin levantar sospechas, entre algún grupo de gente conocida que frecuentara los mismos lugares que él a esa hora de la noche de un sábado cualquiera de un año bisiesto como 2012.
CAPÍTULO III
Yo me encontraba en posesión de una valiosísima información que a lo largo de mi extensa declaración fuí poniendo lentamente a disposición del comisario mientras éste iba grabando mi alocución en un sencillo y barato magnetófono de bolsillo.
Empecé hablando del síndrome que había afectado a MORFEO desde su nacimiento y como con el tiempo había convertido aquel extraño fenómeno en su auténtica y definitiva profesión como medio de ganarse la vida de una forma que yo calificaría, sin lugar a dudas, de sumamente honrada. Y se la ganaba como dormidor por cuenta ajena; es decir, durmiendo por riguroso encargo para otros durante el día. Mientras los que le pagaban asistían a veladas nocturnas que en ocasiones duraban hasta altas horas de la madrugada, MORFEO dormía profundamente por ellos para que el sueño no les venciera en medio de una fiesta, una conferencia, una sesión de ópera, de teatro, etc., etc., evitando así el espantoso ridículo que supone empezar bostezando en una velada y acabar profundamente dormido en presencia de los demás.
De manera despectiva, una gran parte de su clientela, al referirse a él, lo hacían por el apodo de "el marmota" aunque, por suerte, MORFEO desconocía por completo este grosero detalle contra su persona. Lo que en realidad todo el mundo ignoraba, y esto si que le acarreaba un auténtico drama personal, era el coste vital que le suponía dormir para otros tantas y tantas horas diarias seguidas y lo que resultaba aún peor, soñar durante todo ese tiempo de manera totalmente involuntaria por todos y cada uno de ellos a diario. Unos sueños, la mayoría de las veces, terribles, angustiosos y sin poder de algún modo evitarlos. Pese a todo, estos sueños, en un sentido, jugaban a su favor un importante papel que sin embargo nunca trató de aprovechar para lucrarse personalmente con el chantaje a pesar de que a través de ellos MORFEO era sabedor de todas sus miserias, de sus vicios, de sus miedos, de sus conductas, de sus infedelidades, etc., detalles que por precaución el dormidor iba anotando escrupulosamente en cada una de las fichas abiertas a sus clientes y encontrarse dispuesto a utilizarlas sólo como mecanismo de defensa si se diera alguna vez el caso de correr un riego serio contra su salud por parte de terceros.
A pesar de no poderla demostrar ni siquiera documentalmente, toda esta información, completamente desconocida para el comisario, resultaba de lo más creíble si se tiene en cuenta el historial clínico que obraría en poder de la administración de la Maternidad y que podría demostrar, cuanto menos, el extraño síndrome que desde su nacimiento había afectado hasta el día de su muerte al dormidor Morfeo. En ningún momento el comisario había puesto en duda la declaración obtenida por mi parte en la entrevista que yo había llevado a cabo hacía unas semanas en casa de la víctima pero al hilo de mi sorprendente intervención el policía sí que ya había comenzado a atar cabos basándose en otras informaciones que el manejaba a su antojo y que yo, hasta aquel momento, desconocía por completo.
El comisario no descartaba como causa principal y móvil del crimen un posible ajuste de cuentas perpetrado por activos miembros del cártel de la cocaina en Barcelona contra la persona de MORFEO por intromisión y competencia desleal en el mercado negro de la dama blanca.
EPÍLOGO
Morfeo jamás pudo suponer que el ejercicio de su tan honrada profesión chocaría frontalmente contra los sucios intereses de las mafias organizadas barcelonesas de la cocaina. Tampoco le darían tiempo a utilizar en su defensa toda la información obtenida y acumulada en años de sus mas fervientes clientes a través de sus propios inquietantes sueños y que tan meticulosamente iba almacenando en el disco duro de su poderoso ordenador MAC; y lo que resulta aún peor, encontraría la muerte sin ni siquiera saber exactamente el motivo por el que le habían asesinado de aquella forma tan vil.
Todo esto llega a ser mucho más fácil de lo que en principio parece, concluyó laconicamente el comisario mientras yo continuaba sumido en un profundo y respetuoso silencio. El precio de la hora de sueño pactada por Morfeo con sus ambiciosos distinguidos clientes resultaba bastante inferior al precio tasado por los mafiosos en el mercado del gramo de cocaina cortada, hecho que provocaba una paulatina aunque discreta desbandada de los cocainómanos en favor de los intereses de MORFEO quién, sin ni siquiera sospecharlo, continuaba ganando secretos enemigos en la misma proporción que también engrosaba nuevos y muy solventes clientes.
Sólo a alguien que no hubiera sido yo, quizás a su propio asesino, se le habría podido ocurrir escribir sobre la fría lápida de su tumba, a modo de epitáfio, aquella sencilla pero ridícula frase que rezaba así:
MURIÓ DURMIENDO; COMO UN LIRÓN
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