Mientras sentada al borde la cama acariciaba la culata del revolver, seguía sin entender las causas de su brutal despido como empleada de la Diputación. Le habían arruinado la vida.
Cambió sin embargo de decisión y, como siempre había hecho, se creyó responsable de sus propios actos.
Se enjugó las lágrimas y guardó el revolver en el bolso. Salió a la calle en dirección al puente y al cruzarse con su superiora que le venía de frente le disparó tres veces. ¡Ya está! ¡Muerta!.
Cambió sin embargo de decisión y, como siempre había hecho, se creyó responsable de sus propios actos.
Se enjugó las lágrimas y guardó el revolver en el bolso. Salió a la calle en dirección al puente y al cruzarse con su superiora que le venía de frente le disparó tres veces. ¡Ya está! ¡Muerta!.
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