Desde siempre, el tema
sobre la eterna juventud ha preocupado al hombre. La diferencia es que hoy esa
juventud eternamente anhelada por muchos ya se puede comprar gracias a los
avances de la medicina en materia de cirugía plástica. Muy atrás han quedado los
pactos mantenidos por algunos con el diablo para lograrla pero la Historia nos
confirma todavía, a través de la literatura, que esa exigencia se ha mantenido vigente hasta
nuestros días. En sus METAMORFOSIS, Ovidio trata ya el tema del mito de
Narciso. En la leyenda clásica alemana, FAUSTO entrega su alma al diablo a
cambio del conocimiento ilimitado. Por último, Oscar Wilde retoma el tema de la
eterna juventud en la célebre novela EL RETRATO DE DORIAN GRAY para lograr el
mismo propósito.
Desde el punto de vista
no sólo psicológico sino también físico, la cirugía plástica ha contribuido en
muchas ocasiones para aliviar,
implantar, corregir, etc., ciertas deficiencias anatómicas que
atormentan profundamente a quienes las padecen, que son muchos: corrección del
tabique nasal para, por ejemplo, respirar mejor pero también por una óptima
armonía respecto del rostro a criterio del propio perjudicado. Lo mismo
ocurre con las orejas, intervenidas quirurgicamente para cerrar el ángulo respecto al eje de la
cabeza, los labios, aumentados de volumen para aparentar mayor sensualidad. Y
qué decir de la dentadura, perfectamente atornillada a las encías gracias a las
nuevas técnicas odontológicas, ya no sólo para garantizarnos una perfecta
masticación de los alimentos sino que, como elemento estético, poder
presumir también de una brillante, blanca
y sana sonrisa. No hablemos ya de los pechos y las nalgas que casi se
pueden exigir sin ninguna dificultad ni riesgo incluso
por catálogo.
A todo esto, en cierta ocasión,
mientras aún estudiaba Bellas Artes en Barcelona, tuve la oportunidad de
confesarle a cierta señorita que pese a su juventud me parecía poseedora de una
extraordinaria madurez. La joven me sonrió amablemente argumentando que si bien
su madurez, con toda probabilidad, se
debiera a su verdadera edad, su lozanía, belleza y juventud, sin embargo, eran consecuencia,
simplemente, del fruto en los avances conseguidos por la ciencia en materia de
cirugía plástica a la que, por otra parte, se había sometido recientemente en una reputada
clínica de la ciudad condal. Confieso que su respuesta me cogió del todo por sorpresa
pero mayor sorpresa aún me llevé cuando al preguntarle por los sentimientos que le
habían llevado a tomar tan drástica, a mi juicio, decisión, me contestó lo siguiente:
-Simplemente, me
gustaría morir todavía joven.
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