He aprendido a vivir de espaldas a las llamadas redes sociales. La inmensa mayoría de las opiniones vertidas en ellas por los usuarios de turno sobre cualquier tema de actualidad me interesan muy poco; y no me pregunten por qué, pues porque no sabría explicarlo con exactitud puesto que, como he sugerido antes, no he experimentado todavía tal posibilidad ni curiosidad al respecto. Sin embargo, como muchos de mis conocidos saben, sí que dispongo de un Blog dónde intento dejar constancia de mis propias opiniones sobre lo que acontece a mí alrededor, un entorno que no pretende ser, ni mucho menos, cósmico sino muy cercano a los intereses comunes del resto de los mortales que me rodean; sean éstos afines a mis ideas o no.
Tengo que reconocer, sin embargo, el poder que asumen las redes sociales en general para la movilización de masas en favor o en contra de determinados postulados éticos, estéticos, políticos, artísticos, etc., etc. y eso no me parece mal. La capacidad de concentración de determinados sectores de la sociedad en beneficio de un futuro mejor para las clases más necesitadas hacen de las redes sociales un arma imprescindible en la lucha contra la desigualdad manifiesta de sus propios usuarios. En cualquier caso, desde mi modesto punto de vista, hay que distinguir en ellas la diferencia existente entre la capacidad y calidad de las opiniones vertidas y la capacidad de movilización y concentración de masas.
En tal sentido y a diferencia de los distintos medios de comunicación tradicionales, la segunda característica, es decir, la de movilización es muy superior a la primera mencionada, la de información y opinión.
De lo que si dispongo, aparte del ordenador con el que me comunico con el exterior, es de teléfono móvil. Un aparatito de primera generación que también me basta para comunicarme con mis semejantes en caso necesario. Por no tener, no tiene ni objetivo con el que fotografiar; por lo tanto, estoy muy lejos de poder hacerme un “selfie” que por otro lado no me serviría de nada porque nunca he tratado de ser el protagonista de los lugares que visito cuando éstos me interesan de verdad.
Con todo ello no quiero alegar que no me interese estar debidamente informado de cuanto acontece a mí alrededor, sino afirmar que todavía me queda la radio, los periódicos, incluso la TV, antes de caer, irremisiblemente y nunca mejor dicho, en las llamadas redes sociales tan características del primer decenio del Siglo XXI.
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