RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

lunes, 27 de marzo de 2017

MI PERRO NO FUMA

Hace ya más de veinte años que dejé el hábito de fumar y en todo este tiempo no me había parado a reflexionar sobre un detalle aparentemente sin importancia como es el hecho de que nunca, que yo recuerde, llegué a ver fumar a nadie en el interior de un estanco; ni siquiera al propietario. El estanco sólo expende tabaco a su comprador pero el placer de fumar hay que buscarlo luego en cualquier otro sitio distinto: la calle, la plaza, el bar, etc., etc. Esta humilde reflexión viene a cuento a raíz de una simpática anécdota acaecida ayer mismo en el pueblo más cercano a donde vivo: Llagostera.

El aire frío nos obligó a mi perro y a mí a entrar en el bar del viejo casino de Llagostera con la intención de tomarme un café. Una vez atravesado el umbral, el único parroquiano que se sentaba cerca de la entrada, al vernos llegar exclamó en voz alta: 

-¡Vaya, hombre! De modo que prohíben fumar en el interior del local y, sin embargo, sí que permiten la entrada a los perros.

-¡Usted perdone!, –respondí- pero da la casualidad de que mi perro no fuma.

-Encima, con cachondeo, -balbució.

-Encima y debajo, -respondí de nuevo.

El parroquiano entonces, señalando amenazador al perrito con el índice, exclamó en voz alta:

-No me haga Vd. enfadar con sus bromas porque soy capaz hasta de morder al perro.

-Eso si antes no le tumbo yo los dientes de un puñetazo, -amenacé

Se hizo de pronto un incómodo silencio entre nosotros. El parroquiano, acariciando la copa vacía sobre la mesa, mirando compasivo al perro, se lamentó:

-Usted perdone, pero yo sólo quería fumarme un cigarrito en paz. De modo que, en realidad, no me importa que entre aquí su perro, ni siquiera los ciento un dálmatas de ese americano. ¿Cómo se llama?, ¿Disney?

-¡Lo siento!, -dije. Yo también sólo quería tomarme un café con tranquilidad pero, dígame, ¿por qué no sale Vd. fuera y se lo fuma, si tantas ganas tiene? 

-Pues porque hace mucho frío, ¿no le parece?

Al final me arrepentí de mi propia insolencia ante aquel desdichado parroquiano que posiblemente tuviera razón al criticar con tanta vehemencia la estricta prohibición de no fumar en el interior de aquel desvencijado local y que, -frente a la dirección del mismo-,  utilizara la presencia de los perros como excusa para lograr su tan ansiado propósito y calmar así su evidente síndrome de abstinencia.



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