RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

miércoles, 29 de marzo de 2017

O-B-D-C (OBEDECE)

Desde que tengo uso de razón hasta la jubilación hace ya seis años, no he parado de acatar órdenes continuamente o, según se mire, de ser sumamente obediente cada día. Dicho esto, debo suponer que, -o uno nace ya obediente o, por el contrario, aprendemos a serlo sobre la marcha-. Yo, personalmente, me considero de estos últimos, a pesar de que nada más salir del útero materno, el ginecólogo ya te propina dos sonoras nalgadas para que no olvides obedecer en el futuro.

Sin embargo, cabe distinguir entre nacer ya obediente y aprender a serlo. En el primero de los casos, el niño jamás se cuestiona las órdenes que a lo largo de su vida recibe porque, al parecer, cree que debe ser ley de vida y como tal las asume; por lo tanto, será tratado siempre por sus parientes y por la sociedad en general como un “buen niño” pero en el segundo, que parece ser el mío, los niños, -aunque obedecen a pies juntillas y en silencio-, en su fuero interno sí que se cuestionan no sólo la validez moral o ética de las órdenes acatadas sino, además, el derecho o no que tienen a su absoluta obediencia, de tal modo que siempre serán sospechosos de obediencia fingida.

Ya durante mi infancia había confeccionado en su momento una minuciosa lista con los distintos tipos de órdenes según su importancia en el ámbito cotidiano y familiar, en el eclesiástico, en el colegio, en el ejército, en el mundo laboral, etc. etc., y el resultado fue el siguiente: ORDEN DIVINA, ORDEN IMPERIOSA, ORDEN SUPREMA, ORDEN TAJANTE, ORDEN MINISTERIAL, etc., etc.

¡Siéntate bien! Me sorprendía silenciosa mi madre atizándome en la nuca un golpe con su mano calentita, o  ¡te he dicho que te pongas los calcetines! Y ¡Abrígate al salir! A la salida de algún espectáculo nocturno y aunque yo ya me lo esperaba, me gustaba siempre oírselo decir a mi madre: ¡Tápate bien la boca! En todos y cada uno de los casos, obedecía sin rechistar pero yo creía entonces que no era un niño como los demás, que sólo obedecían por que sí y ya está.

Sin embargo y a pesar de todo yo tenía una máxima secreta e imperativa: Zoilo, O B D C (obedece)

Creo que con éstos son ya suficientes los ejemplos como para imaginarnos como sería después el concepto de obediencia en el seno del Servicio Militar Obligatorio y posteriormente en el ámbito de la vida laboral. Toda una vida acatando órdenes; la mayoría, imprecisas y ridículas por su naturaleza misma y no por el ánimo democrático de convencer con argumentos en lugar de hacerlo a base de órdenes, sin más.


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