Lo peor del Islam ha vuelto a atacar de nuevo. Esta vez con los escasos medios de los que, por el momento, se hallan a su alcance. Y lo ha hecho en Londres, donde cada uno de cinco habitantes es de origen musulmán.
La lucha armada contra el infiel, según la interpretación que algunos hacen del Corán, les garantizará la Gloria eterna, donde podrán disponer de todo aquello de lo que se han visto privados en vida, incluidas las mujeres, naturalmente doncellas.
Ese goce material de la Eternidad se contradice con aquel otro que preconiza la religión católica, -el cristianismo en general-, en el que alcanzar el Cielo es visto también como un goce eterno pero del todo espiritual; es decir, muy alejado de ese otro que sólo promete placeres terrenales y materiales después de muertos, por lo que la felicidad no es vista en si misma como una entelequia sino que permanece siempre al alcance de cualquier cristiano creyente, arrepentido a tiempo de todos sus pecados.
Visto desde éste punto de vista, ¿Cómo hacer creer a esos musulmanes que los cristianos, una vez fallecidos, como víctimas además de su extrema barbarie, también y según sus propias creencias acabarán, de igual modo, alcanzando la Gloria?
Visto desde éste punto de vista, ¿Cómo hacer creer a esos musulmanes que los cristianos, una vez fallecidos, como víctimas además de su extrema barbarie, también y según sus propias creencias acabarán, de igual modo, alcanzando la Gloria?
Si los terroristas, -que tanto invocan a Alá para cometer sus criminales atentados-, estuvieran plenamente seguros de que los que hoy son sus acérrimos enemigos también podrían alcanzar la Gloria prometida una vez asesinados, posiblemente llegarían al convencimiento de que quizá no hubiera valido la pena derramar en vida tanta sangre inocente para lograr el mismo objetivo.
Otra cosa muy distinta es la lectura geopolítica que pudiera hacerse de los intereses ocultos que movilizan los ataques terroristas; pero Doctores tiene también la Iglesia.
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