Los últimos actos terroristas cometidos tanto en Barcelona como en Cambrils han sumido a la población de Cataluña en un desasosiego tal que todos estamos queriendo vislumbrar las distintas posibilidades de volver a ser de nuevo víctimas inocentes en cualquier punto y por parte de cualquier célula yihadista incubada lentamente en algún barrio de la periferia de las grandes ciudades catalanas; tal es el estado de inseguridad al que hemos estado sometidos a lo largo de estos aciagos días. Sin embargo y por una cuestión no sólo de carácter semántico, muchos estamos en total desacuerdo con la aparente soberbia que implica el eslogan anónimo esgrimido últimamente por la ciudadanía en general y “aprobado” por los distintos representantes políticos de la Alcaldía de Barcelona y Generalitat de Catalunya y que reza del modo siguiente: “NO TENIM POR” (No tenemos miedo).
La frase en sí rezuma un moho de soberbia por cuanto el miedo no es algo descartable a voluntad y muchos de nosotros sí que, efectivamente, albergamos ese miedo que nos incita a sospechar que algo similar puede volver a ocurrir sin que podamos ni siquiera evitarlo si no se toman otras medidas adicionales adecuadas. Pero sí defiendo que el miedo genera mecanismos de defensa más o menos eficaces frente al terrorismo que pueden salvar vidas inocentes como, por ejemplo y por citar sólo uno, la instalación de bolardos en los puntos de intersección en las Ramblas o la Sagrada Familia. Por otro lado y desde el punto de vista estrictamente semántico, hubiera resultado mucho mejor haber sido más humildes y sin otras pretensiones haber conjugado el verbo de manera bien distinta; en modo subjuntivo: “NO TINGUEM POR” (No tengamos miedo).
No parece lo mismo una soberbia aseveración incierta que un humilde ruego de esperanza.
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