Mientras la Sra.
Daniela envolvía sobre el mostrador de su tienda uno de mis últimos encargos, ésta
me confesaba abiertamente que antes de dedicarse, -como ahora hace desde que contrajera matrimonio-, a enmarcar
espejos y cuadros para artistas, su auténtica profesión de soltera fue la de
mecánico dentista y que por esa razón, en aquellos tiempos, lo primero en que
se fijaba de un chico era en el estado de su dentadura.
-Eso tiene un nombre,
-repliqué yo de inmediato-: deformación profesional. Sin embargo, -proseguí-,
yo siempre creí que las jóvenes de entonces en lo primero que se fijaban de un
chico era en el estado de su cuenta corriente.
-¡Naturalmente que no, Sr. Zoilo! -negó rotundamente la dueña-, porque en tal caso y según su propio criterio, yo hubiera tenido
que haber estado empleada entonces como cajera de cualquier entidad bancaria,
-¿no le parece?-. Deformación profesional lo llama Vd.
-Sr. Zoilo: por suerte y en cualquier caso, -agregó-, mi marido todavía hoy presume de una excelente, sana y blanca dentadura.
-Sr. Zoilo: por suerte y en cualquier caso, -agregó-, mi marido todavía hoy presume de una excelente, sana y blanca dentadura.
-No lo dudo y me alegro mucho por ambos Sra. Daniela, -respondí con una estúpida sonrisa mientras me tapaba la boca con el dorso de la
mano-
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