El proceso gripal por el que aún estoy atravesando
me ha vapuleado sin compasión alguna. Me ha zarandeado de tal forma que me he
visto obligado a arrojarme entre las frescas sábanas, -que cambiaba cada día,-
durante más de dos semanas, sin conseguir siquiera erradicar la fiebre que,
todavía hoy, me sigue produciendo intensos escalofríos.
Como consecuencia de las violentas palpitaciones en
las sienes, he sufrido además la desagradable sensación de que me hubiera
crecido el cerebro, aprisionado fuertemente tal y como llegué a creer contra la
caja craneal, contra los parietales en concreto, de tal modo que también los
párpados habrían soportado una inusitada tensión hasta el punto de albergar
sospechas de que los globos oculares escaparían escandalosamente, de un momento
a otro, del interior de sus cuencas. Por si esto fuera poco, el considerable espesor
de la mucosidad en la nariz había venido provocándome una intolerable pertinaz
sinusitis, incapaz de retirarse con simple agua de mar inhalada varias veces al
día.
La sordera que produce tamaño embotamiento hacía que
mi mujer perdiera la paciencia conmigo al tener que repetirme las cosas una y
otra vez. Por último, las articulaciones que te permiten accionar los maxilares
se encontraban tan rígidas que apenas he podido abrir la boca para probar
bocado.
Retrocediendo muy atrás en el tiempo, siendo yo aún
muy niño pero en las mismas circunstancias en las que, desgraciadamente, hoy me
encuentro, las madres de aquellos años acostumbraban a solicitar la presencia
de una eficaz rezadora, que en la mayoría de los casos y tratándose de La
Cuesta, donde por entonces vivíamos, solían acudir desde La Higuerita, La Finca
España, el Valle de Tabares o, incluso, de Geneto.
A su llegada, la madre del enfermo cuidábase siempre de poner en antecedentes a la rezadora sobre el estado de salud, -en este caso-, del niño, aparte de también advertirle que la criatura había sido ya convenientemente
bautizada.
-Pues, déjeme a solas con él, solicitaba la rezadora.
Después de desnudarle el pecho y el vientre, la
mujer invocaba de inmediato a una serie de santos de toda su confianza y con
voz trémula, monocorde, tranquila y sin
variaciones, arrancaba con una serie de largas oraciones encadenadas, solicitando
de todos ellos su eficaz intervención en favor de “….la salud de una inocente criatura que no ha tenido culpa alguna del
pecado original contraído por nuestros primeros padres y del que nos sentimos tan
arrepentidos, etc., etc.”
Mientras en su mano izquierda sostenía un amuleto o
cuando no una estampita religiosa, las yemas de los dedos de su otra mano, a
tiempo con el rezado, se deslizaban suavemente acariciando en su trayecto la
piel de la frente primero, el pecho después y, por último, el vientre, sin
cesar nunca en dudar de la inocencia del pequeño. Luego regresaba en sentido
contrario y llegando a la frente dibujaba cada vez la señal de la cruz como
garantía de su propia eficacia como rezadora. Así una y otra vez.
Después de un cierto tiempo, variable según los
casos y sin explicación aparente, una intensa sudoración terminaba por cubrir
del todo el cuerpecito del pequeño, desprendiendo a su vez un tenue y tibio
vaho traslúcido que a medida que se alejaba lentamente, acariciando en su
trayecto los perfiles del escaso mobiliario de la estancia, terminaba por
fundirse en la penumbra sombría del fondo. Se había obrado el milagro.
Después de un largo silencio, cuando la madre intuía
que todo había ya terminado, regresaba entonces junto al lecho donde su hijo le
esperaba ya sonriendo. La rezadora aconsejaba entonces frotar al niño con un
paño húmedo de agua fresca y después de cobrar por el rezado de acuerdo a la precaria
situación económica de la familia del enfermo abandonaba el lugar de inmediato
y en silencio.
Con la novedosa llegada al mercado español del
popular VICKS VAPORUB, excepto algunos, ya casi nadie volvió a confiar la salud
de sus hijos a las por entonces más que eficaces rezadoras en aquellos
lejanos años de posguerra.
LEA LAS INTRUCCIONES DE ESTE MEDICAMENTO Y CONSULTE
AL FARMACEÚTICO
¿Cuántas veces habré oído yo este consejo sanitario?
Luego de descartar definitivamente los consejos
farmacéuticos me dirigí a la Seguridad Social. El diagnóstico del médico resulto
ser GRIPE SEVERA y para combatirla me recetó un nuevo pulverizador nasal dos
veces al día (mañana y noche) y dos inhalaciones cada vez por cada una de las
fosas nasales. Al parecer se trata de un novedoso medicamento a base de fluorato de fluticasona que
descongestiona la nariz con un solo par de aplicaciones. Eso sí, para el resto
de los dolores lo de siempre IBUPROFENO, también un par de veces al día pero
sólo en caso de dolor.
Hoy ya me siento mejor.
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