Vivimos en un estado de derecho y se supone que la libertad de expresión que garantiza nuestra ya cuarentona democracia se considera no sólo protegida por el conjunto de las leyes sino, además, por la Constitución. Todo ello muy a pesar de la larga y oscura sombra que proyecta sobre la creación artística la tan discutida todavía vigente Ley Mordaza. No obstante, estas últimas semanas hemos asistido a un profundo debate sobre la cuestión que pone de manifiesto las dudas razonables que se desprenden de ciertas sentencias dictadas por los tribunales, sobre todo, en relación a las distintas polémicas suscitadas por las obras de otros tantos artistas de disciplinas tan dispares como puedan ser la obra gráfica “Presos políticos”, presentada en ARCO, del artista Santiago Sierra, la literaria del periodista Nacho Carretero bajo el título de FARIÑA y, por último, la del rapero mallorquín Valtonyc por calumnias e injurias graves vertidas a la Corona.
Algunos artistas en particular no necesitarían ser tan explícitos en sus duras críticas a las distintas instituciones del país si supieran aprovechar como en su día lo hiciera Don FRANCISCO DE QUEVEDO al utilizar, -para llamar coja a la reina Isabel de Borbón-, simplemente la imaginación, el ingenio y el descaro, además del juego de palabras que le permitía la figura literaria denominada calambur.
Don FRANCISCO DE QUEVEDO se había apostado con un grupo de amigos que le sobraba valentía para llamar coja a la esposa de Felipe IV, la reina Isabel de Borbón, quién arrastraba una ostensible cojera y a la que no le gustaban las mofas al respecto. El día señalado, QUEVEDO se acercó a la reina con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra, entre los que le dio a elegir a la soberana pero con una invitación implícita bien distinta: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja (o es coja)”
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