Muchos son los interesados en saber siempre lo que está pasando. No ya sólo en su entorno más inmediato sino también en cualquier punto del planeta por muy alejado que éste se encuentre de nosotros. Y prueba de ello es la conexión permanente a Internet que establecen los curiosos para, a través de la televisión o la radio, estar en todo momento debidamente informados de la noticia, de los últimos acontecimientos acaecidos y relacionados con cualquier tipo de materia que les venga de provecho, bien sea ésta deportiva, actualidad, política, sociedad, etc., etc.
Es decir, la mayoría sólo está interesada en lo qué y cómo ocurren los hechos, mientras que al resto, entre los que me cuento, tal vez lo que realmente nos preocupe es el por qué. Y la diferencia es notable porque en el segundo caso será siempre imprescindible un profundo análisis de la situación para entender, aceptar, rechazar, el fenómeno que provoca la propia noticia.
Estoy, por tanto, de acuerdo con mi colega Andrés Chaves en el sentido de que el futuro de la prensa ya no radica solamente en la noticia escueta sino en el análisis exhaustivo de la misma, llevado a cabo por expertos en cada una de las variantes que dicha noticia se vuelca en la prensa diaria y con los que habría que contar.
Aparte de ser un género literario, también la crónica es considerada un género periodístico llevado a cabo, la mayoría de las veces, por testigos presenciales de hechos acaecidos de rigor histórico en algunos casos o, como en el mío, de simple carácter cotidiano y local y de naturaleza mucha más subjetiva si cabe aunque, desde luego, sin ninguna posibilidad de rigor historiográfico científico.
En cualquier caso y ante las dudas que suelen presentárseme, suelo recurrir a menudo ya no sólo a testimonios más o menos fidedignos de mis coetáneos locales sino, además, a una extensa documentación gráfica de la época que me sitúa con facilidad en el espacio y el tiempo que me interesan.
En cualquier caso y ante las dudas que suelen presentárseme, suelo recurrir a menudo ya no sólo a testimonios más o menos fidedignos de mis coetáneos locales sino, además, a una extensa documentación gráfica de la época que me sitúa con facilidad en el espacio y el tiempo que me interesan.
De modo que mis crónicas periodísticas también pertenecen a una concreta tipología denominada: crónica amarilla
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