Hemos desplazado las manecillas del reloj un dígito atrás con lo que la tan esperada hora diaria del Angelus entre los labradores, tan representada a lo largo de la Historia del Arte por pintores y escultores ya no coincidirá jamás con nuestro horario solar; se ha convertido en pura anécdota.
Cuando, cada día, el sol alcance su cenit, -(gracias a que la Tierra rota)-, ya nunca los relojes marcarán las doce del mediodía, desvirtuando de tal modo la perfecta relación siempre habida entre la jornada laboral de los agricultores y el calendario solar del año.
EPÍLOGO
Sin embargo y pese a todo, la gran ventaja que proporciona esta drástica medida estoy seguro que será aprovechada, con mayor eficacia si cabe, como excusa en unos casos y cohartada en otros por todos aquellos que jamás supieron llegar puntuales a una cita y que, concretamente hoy, dispondrán de 60 minutos de márgen como pretexto a su radical impuntualidad.
Po si acaso, hoy no he quedado citado con nadie.