¿Cuantos terremotos, epidemias, guerras, desdichas, etc.; son necesarias para castigar de modo tan cruel a un pueblo como el que Dios ha elegido, hace ahora una semana, en HAITÍ?
Por una supuesta perversión abyecta de sus habitantes y según el Génesis 19, Dios descargó en su día toda su ira contra SODOMA Y GOMORRA sumiéndoles en una total destrucción.
De SODOMA conocemos la razón que la Biblia nos aporta sobre su castigo divino, sin embargo, de GOMORRA carecemos de datos suficientes sobre su probable culpa, como también ignoramos hoy el pecado de HAITI.
De nuevo esta vez, Dios ha decidido, como sucediera otrora con SODOMA Y GOMORRA, quitarles a sus habitantes la vida que les concedió provocando, como entonces, un violento terremoto por encima de seis grados en la ya desgraciadamente conocida escala de Richter.
A través de los medios de comunicación he comprobado atónito el gran sufrimiento del pueblo haitiano pero por más que miro a mi alrededor, sobre todo al firmamento estrellado de esta fría noche de invierno que hoy me envuelve, no logro descubrir con exactitud el lugar en el infinito del que partió esa cruel orden divina que ha sembrado el caos y la destrucción con tanta impunidad en el Caribe.
¿Habrá que plantearse, como hace tiempo que yo he hecho, la existencia de un nuevo Dios o afirmar, por el contrario, que Dios jamás ha existido?
Desde luego, si es cierto que existe, ha sido una decisión totalmente arbitraria por su parte aunque de todos es bien sabido que, precisamente, Dios es totalmente impune de todos los cargos que yo, personalmente, quisiera imputarle.