RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

viernes, 24 de febrero de 2017

HAMBRE Y SED DE JUSTICIA

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” Mateo 5:6

El objeto principal al aplicar la justicia y, como consecuencia de ello, dictar sentencia, no debe interpretarse nunca como un sentimiento formal de venganza propuesto por la Ley para paliar las frustraciones derivadas de su, más o menos acertada aplicación y que, además, termina siempre repercutiendo, de manera tan directa, en el ánimo del llamado ciudadano de a pié, del ciudadano medio y libre de toda sospecha. Sin embargo, todos sabemos que entre la ciudadanía en general, prima, por encima de todo, el ferviente deseo de saciar cuanto antes, -según San Mateo (5:6)-, el hambre y sed de justicia al que hemos estado sometidos estos días por parte de jueces y fiscales hasta el preciso momento de los fallos dictados por los distintos tribunales en casos tan sonados últimamente como el Caso Nóos ( Infanta, Urdangarín, Diego Torres) o el de las tarjetas Black (Blesa, Rato), por citar sólo un par. Al parecer, estos insospechados nuevos fallos tampoco han servido de mucho  para saciar nuestro particular y gran apetito de Justicia que tanto nos caracteriza. 

Pero esto no es todo porque, por otra parte, la propia Justicia en sí, a mi modesto modo de entender, se encuentra también tanto o más hambrienta y sedienta que el inocente ciudadano de a pié y ese ayuno forzoso puede volverse contra nosotros y resultar mucho más peligroso de lo que, a simple vista, podamos imaginar porque corremos el serio peligro de que, en un momento dado, decida echarse a la calle desesperada, dispuesta también a saciar su feroz apetito atrasado engullendo a todos aquellos pobres de espíritu y no tan de espíritu que, -sin obrar de manera en absoluto delictiva sino intentando sólo malvivir, trampeando aquí y allá con lo que pueden, sin cobertura alguna de asistencia social, sanitaria ni letrada que les solucione el grave problema por el que atraviesan-, caigan, además, en la torpeza fatal de parecer sospechosos de cometer cualquier infracción que les incrimine por nada frente a un juez. 

Yo rogaría a fiscales y jueces que, -si no queda otro remedio,- y aunque de manera sólo frugal,-continúen alimentando de cuando en cuando a la Justicia -con todas esas ristras de condenas aún pendientes- con la única esperanza de mantenerla por lo menos a raya y sin que logre traspasar esos límites aún marcados, aunque a veces imprecisos, que separan el estado del bien del estado del mal y el estado del confort y bienestar con el de la más absoluta pobreza.


CONTRA-VERDAD

¿Cuantas veces habrán ocultado los distintos  gobiernos de éste país parte de cualquier verdad en su propio beneficio?

Los distintos gobiernos elegidos han venido jactándose a menudo de no mentir; solo que no mentir no significa esconder a la opinión pública parte de ese trozo de  verdad fundamental  pero tan incómoda que no interesa en absoluto difundir en perjuicio únicamente propio y a la que yo he bautizado, precisamente, con el curioso nombre de contra-verdad.

Considero contra-verdad  a aquella parte escondida de una verdad cualquiera, oculta para no perjudicar con su publicación los intereses de ciertos miembros de un determinado partido político, -cuando no al partido mismo,- y no aquella otra tan de moda ahora calificada de post-verdad y que, como ya se sabe, es considerada así como consecuencia directa del resultado de una mentira, tan bien urdida, que a fuerza de repetirse constantemente consigue la ventajosa apariencia de ser cierta. 

A lo largo de todos sus años de legislatura, los distintos gobiernos elegidos han hecho  gala, en infinidad de ocasiones, de este recurrente método de contra-verdad del que vengo hablando últimamente.

El mismísimo Luis Bárcenas, por poner sólo un ejemplo, recurrió a menudo a ella argumentando, sin escrúpulos, la sospechosa manera de contabilidad paralela llevada a cabo durante años por él en el partido y también lo hizo en su día la portavoz del PP, Mª Dolores de Cospedal, durante  su ya mítica intervención, intentando justificar la opaca indemnización por despido cobrada entonces por parte del propio Bárcenas a instancias del  Partido Popular.

Ésta vez, su primera  intención no fue la de mentir, aunque su verdadero propósito sí que fue el de enmascarar, disfrazar  parte de aquella verdad, para  ocultarla convenientemente a ojos de la opinión pública. Y, sabe Dios, lo muy difícil que le resultó.

Ha sido tan memorable aquella pasada intervención de Cospedal, que la reproduzco íntegramente de nuevo para tratar de entender la argumentación de contra-verdad que he venido desarrollando hoy desde un principio:

"La indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido… y como fue una indemnización en difini… en diferido… en forma, efectivamente… de simulación de… simulación… o de lo que hubiera sido en diferido en partes de una… de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la seguridad social, es que si no hubiera sido… ahora se habla mucho de pagos que no tienen retenciones a la seguridad social ¿verdad? Pues aquí se quiso hacer como hay que hacerlo… es decir con la retención a la seguridad social. Y mire usted, yo le voy a decir algo bien claro: si hubiera algo que ocultar… si hubiera habido algo que ocultar… es más… gobernando en España el partido socialista, y por lo tanto teniendo acceso absolutamente a toda la documentación oficial… pues no se habría hecho un pago en diferido de una indemnización en forma de retribución, o se habría hecho ese pago también dándole la forma en su parte de cotizaciones sociales, no se entendía que hubiera nada que ocultar y no había nada que ocultar, y por eso se hizo con esa claridad"

lunes, 20 de febrero de 2017

ODIA EL DELITO Y.... ¿COMPADECE AL DELINCUENTE?

La población carcelaria española está desconfiada. Creen que el abrumador número de condenados por corrupción, cohecho, fraude, malversación de fondos, desfalco, etc., etc., que muy pronto han de entrar en prisión por orden judicial, signifique un enorme y serio peligro para sus intereses particulares como internos. Algunos de ellos temen por sus propias pertenencias, otros por sus escasos ahorros conseguidos durante tantos años pero, en cualquier caso, tampoco estarían del todo dispuestos a servir como presos de confianza en la misma celda que deba ocupar cada uno de los recién llegados. Se niegan rotundamente a servir como Ángeles de la Guardia para impedir que los nuevos inquilinos intenten   lesionarse o suicidarse.

Desde hace mucho tiempo hemos venido aceptando que, en un estado de derecho como parece ser el nuestro, las penas de prisión no deberían ser el resultado de la venganza por el delito cometido y por el que haya sido condenado un miembro de nuestra heterogénea comunidad sino un lugar común y digno dónde educar debidamente al delincuente durante su tiempo de estancia para su posterior reinserción en el seno de la sociedad que ha mancillado con su conducta delictiva.

En tal sentido, me viene  ahora a la memoria la célebre frase de Concepción Arenal que dice así: “ODIA EL DELITO Y COMPADECE AL DELINCUENTE”, o aquella otra: “ABRID LAS ESCUELAS Y SE CERRARÁN  LAS CÁRCELES”

Estoy de acuerdo con ambas, sin embargo, la reflexión hecha por un interno, arrepentido del delito cometido en su día, me hizo ver la situación de los nuevos condenados de muy distinta manera, desde otra nueva perspectiva.

INTERNO: “Cuando entré aquí, siendo aún muy joven, yo era un perfecto analfabeto y el hijo mayor de una familia humilde, numerosa y desarraigada. Carecía por entonces de trabajo estable y a pesar de no tener padre, conseguía llevar a casa lo necesario para sobrevivir. En la cárcel no sólo he aprendido a leer y escribir sino también un buen oficio del que me siento muy satisfecho. Aquí he sido educado en valores  de los que, hasta entonces, desconocía por completo su existencia, valores tales como las leyes, la ética o la moral, el amor al prójimo, la convivencia, etc., etc. Por lo tanto, las máximas tan acertadas de Concepción Arenal casi se han cumplido del todo; no tanto la segunda porque, ahí fuera, estudiar cuesta dinero pero, así y todo, me siento útil y preparado para la reinserción.

Una vez escuchada su franca confesión, me he preguntado a mí mismo ¿por qué razón, para delincuentes tan formados como Rato, Blesa, Sánchez Barcoj, Fco. Correa, Luis Bárcenas, López Viejo y un largo etcétera, la pena de prisión no se ha de tener en cuenta como una venganza propiamente dicha y no como cualquier otra cosa?,   habida cuenta, además, que todos y cada uno de ellos han estado debidamente formados e informados, han sido universitarios, han llegado a ser banqueros, economistas, empresarios, políticos, asesores fiscales, presidentes de consejos de administración, etc., etc.

La cárcel, al contrario que al joven delincuente confeso, no tiene nada que enseñarles a este tipo de criminales. En todo momento, ellos han sabido perfectamente a lo que se arriesgaban mientras delinquían, en qué consistían sus propios delitos y que penas podían serles impuestas si los fiscales descubrían sus crímenes; por lo tanto, no me opongo en absoluto a que todos ellos cumplan la totalidad de las penas impuestas como venganza personal, -en lo que a mí respecta-, por el grave daño que, durante años,  han infligido al resto de honestos ciudadanos de este país entre los que me cuento. 



domingo, 19 de febrero de 2017

LA POBREZA COMO RESIGNACIÓN

Durante el tiempo que medió desde la época de mi nacimiento, allá por el año 1946, hasta bien entrados los años sesenta, los parámetros de pobreza establecidos, -extraoficialmente y por desgracia-, nos atañían de manera muy directa entonces. Entre la población afectada, -que era la inmensa mayoría-, se aceptaban tres niveles distintos de pobreza: los pobres propiamente dichos, los necesitados y los muy necesitados, cuyas fronteras, en cualquier caso, no resultaban lo del todo precisas, por cuanto,  nosotros mismos nos preguntábamos en función de qué y comparados con quienes se  designaban, de manera  tan  arbitraria,  las distintas categorías mentadas. 

En mi opinión,  -y como resultado de la experiencia vivida de niño-, me atrevo a afirmar que todos los nacidos después de la sangrienta guerra civil, fuimos educados en admitir la pobreza, incluso la extrema pobreza, como una gran dicha gracias a la cual terminaríamos encontrando el camino hacia  la completa felicidad que veníamos siempre persiguiendo  y, en consecuencia, alcanzar por fin la vida eterna que, por cierto, a casi nadie le interesaba. 

Nuestra educación judeo-cristiana-, auspiciada por  aquel  poder eclesiástico existente que imperaba sobre todo en las escuelas de los barrios marginales,-  condicionó de manera ostensible nuestras todavía endebles voluntades al aceptar sin remedio, -a través de las llamadas nueve BUENAVENTURANZAS-,  la pobreza como un regalo divino pese a todo.

Sólo haré referencia a la primera: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Ya en el evangelio de San Mateo (Mt 19,24) nos encontramos con la siguiente conjetura: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Resultaba muy claro. La interpretación inmediata que nosotros los niños hacíamos de ambas lecturas, a pesar de los ímprobos esfuerzos del cura en transformarlas, era que si en un futuro lejano conseguíamos ser ricos, incluso sin pretenderlo, jamás disfrutaríamos de la Gloria; en pocas palabras: nos precipitaríamos irremisiblemente al mismísimo Infierno.

No sólo el eclesiástico sino además  el lenguaje popular y cotidiano, también jugaba ventajosamente en favor de nosotros los pobres y en contra de los ricos. La educación familiar, que no escolar, resultaba fundamental para los niños, sobre todo, al  aceptar, a pies juntillas, el hecho indiscutible de la pobreza como un auténtico privilegio y cuyo paradigma más cercano resulta ejemplar en la siguiente sentencia paterna: “Sí, pobres pero honrados”. Obsérvese que no dice, -“sí, pobres y honrados”.

Esa conjunción adversativa (pero) en la primera sentencia, determina, por su carácter tan enfático, que sólo los pobres poseen la supuesta potestad de ser honrados mientras que los ricos, en virtud del mismo énfasis de la misma conjunción, quedan completamente descartados de tal honor. 

En definitiva: la honradez presentada como virtud  exclusivamente característica de los pobres y de nuevo hoy, por desgracia, aceptando la pobreza no como redención sino como una resignación, o  lo que es lo mismo pero dicho de otro modo: SÓLO COMO RENUNCIA DE UN BENEFICIO ECLESIÁSTICO.







miércoles, 15 de febrero de 2017

MEMORIA SELECTIVA

La distancia y el tiempo se me antojan tan largos que la única esperanza que se me ocurre por el momento de aproximarme a mí ya lejana infancia es a través de los muy variados utensilios y productos de higiene corporal y del hogar más cotidianos que me acompañaron cuando niño, allá por la década de los cincuenta del pasado siglo XX, mientras vivíamos en LA CUESTA.  Algunos tan populares como el jabón LAGARTO, por ejemplo, o el frasquito de brillantina que mi madre siempre tenía  dispuesto sobre  una repisita de madera, delante de un espejito diminuto colgado de una mampara de tabla de lo que entonces llamábamos cocina. Los llamados jaboncillos lo constituían aquellos otros destinados exclusivamente a la higiene corporal como la marca HENO DE PRÁVIA, de color verde y en pastilla o aquella otra, el rosado, ovalado y exquisito jabón LUX. Pero también mi infancia se caracterizaba, particularmente, por todo  aquello de lo que  entonces carecíamos: radio, televisión, teléfono, nevera, gas, agua corriente, cuarto de baño, etc., etc. 

Por suerte, sí que  disponíamos de luz eléctrica, es decir, de dos bombillas y un enchufe. Una bombilla colgada del techo de madera de la cocina y la otra en la única habitación disponible; el enchufe, siempre inactivo (no teníamos nada que enchufar), detrás de la mesita de noche que separaba la cama de matrimonio de mis padres y la cama turca de dos cuerpos donde dormíamos mi hermano y yo. Hasta donde no llegaba la red eléctrica, en la periferia de los pueblos, las familias, para alumbrarse, hacían uso de las modestas lámparas de carburo.

La suerte quiso que un buen día,  mi padre resultase agraciado con una quiniela de fútbol por la que cobró unas ocho mil pesetas de las de entonces. Con parte de aquel dinero caído del cielo, se pagó la radio MOBBA que durante muchísimos años presidíría el diminuto dormitorio, precisamente, sobre la oscura mesita de noche tras la cual ya existía el rudimentario enchufe que hasta aquel mismo día había permanecido virgen. 


A partir de entonces, empecé yo  a sentirme diariamente informado de todo cuanto la radio podía informar en la década de los cincuenta del siglo pasado. Y entre información y publicidad me causó estupor la que hacía alusión, de forma muy escueta, a una determinada marca de cigarrillos y que con el paso del tiempo adquiriría un significado específico en el lenguaje cotidiano y popular de los tinerfeños: ¡NO, GRACIAS, FUMO KRÜGER! La frase, de manera muy coloquial,  nos servía a todos  para rechazar, dado el caso, cualquier proposición que nos hiciera alguien y que en absoluto nos interesara para nada o no estuviéramos de acuerdo con ella. De ese modo  siempre supe que, aparte del KRÜGER virginio blanco o amarillo, indistintamente, existían otras muchas marcas de tabaco que se me antojaban hasta divertidas como era el caso de la marca 46, por ejemplo, que siempre me recordaba la fecha de mi nacimiento pero también existían otras muchas y vistosas como RECORD, VENCEDOR, OVAL LUCHA, CORONAS, etc.

Hoy día, bajo la denominación de menaje del hogar, pueden adquirirse los múltiples utensilios que son precisos, necesarios, casi indispensables para hacernos mucho más cómoda, si cabe, la vida cotidiana  dentro de casa pero en los años cincuenta, en el seno de humildes familias como la mía, resultaba impensable tener acceso a ellos, de modo que para planchar, por ejemplo, mi madre se valía de dos planchas distintas de hierro que iba alternando sobre el soporte de la cocinilla, de modo que cuando una ya se enfriaba, era sustituida por la otra bien caliente. Pero entonces, era preciso utilizar, para evitar quemarte la mano con el mango ardiente de la plancha, un utensilio de lana y acolchado, de pequeñas dimensiones, que se denominaba cogedor

Las cocinillas, que regularmente se alimentaban con petróleo o gasolina, las había de dos tipos: de ruido y de silencio. Las de ruido debían su nombre al sonido ronco que producían como consecuencia de la combustión originada en el quemador, sin embargo, el silencio que caracterizaba al otro modelo era debido a la presencia de un sombrerete que, colocado a tal efecto sobre el quemador, atenuaba casi por completo el ruido. Tanto un modelo como el otro disponían de un mismo tipo de boquilla, con un diminuto orificio hasta donde llegaba el combustible desde el depósito pero que en ocasiones se obturaba. Un sencillo artilugio con manguito plano de hojalata y un trozo de finísimo alambre en el extremo más delgado y perpendicular a él era utilizado entonces para destupir la dorada boquilla; se trataba del destupidor. Llevaban además un curioso dispositivo de fuelle manual que activado un par de veces servía para introducir aire en el depósito y avivar así la llama en el quemador.

(El destupidor se podía adquirir por sólo unos céntimos en la venta más próxima a tu casa)

No siempre, las medidas extremas adoptadas por mi madre en relación a la higiene doméstica o del hogar ofrecían el resultado por todos esperado. Y eso que, por entonces, solía aplicar profusamente productos tan efectivos como lo eran  el zotal, la lejía, el amoniaco, el salfumán, o la sosa cáustica en todas las superficies susceptibles de albergar cualquier tipo de  insectos o parásitos domésticos que se hubieran instalado, sobre todo, a ras del suelo, en el techo, las paredes o los colchones.


Cuando esto ocurría, mi hermano y yo tomábamos cartas en el asunto y, por nuestra propia cuenta, declarábamos una guerra abierta y sin cuartel, en particular contra las chinches, resistentes casi siempre a los distintos insecticidas de la época. Éstas solían refugiarse normalmente entre las irregularidades que presentaban  las paredes contra las que se apoyaban nuestras camas pero, por suerte para nosotros, su extraño y brillante color marrón no les permitía mimetizarse del todo con el color blanco de las superficies, por lo que resultaban fácilmente localizables para nuestros propios intereses. Armados entonces con sendos alfileres o imperdibles y una vez localizado por fin el enemigo, les dábamos muerte sin compasión y de inmediato de un certero pinchazo que, sobre la nívea superficie de la pared, ocasionaba siempre una visible e inevitable manchita roja de sangre. Por cada una que mataba, mi hermano balbucía siempre por lo bajo: “¡sangre de mi sangre!”.eso que contábamos con la protección de un Ángel de la Guardia, que nos amparaba noche y día, cuya lámina, convenientemente enmarcada, colgaba precisamente de aquella misma pared por encima de la cabecera de la cama. (Ángel de la Guardia/ dulce compañía/ no me desampares/ ni de noche ni de día)

Después de la masacre, mi madre intervenía rápidamente para limpiar el rastro de sangre antes de que ésta se secara por completo y retirar de inmediato los restos de la media docena de parásitos heridos de muerte que habíamos abandonado entre los resquicios de las paredes. Ésta entretenida operación de limpieza la llevábamos a cabo cada equis tiempo durante los dieciseis años que permanecimos en aquella mísera vivienda del populoso pueblo de LA CUESTA.


Añadir leyenda
El mayor enemigo de las moscas domésticas consistía en las pulverizaciones de insecticida lanzadas desde un aparatito de fuelle y también de hojalata que denominábamos FLY. Las familias que, por desgracia, carecían de él solían colgar del techo unas cintas con atrayente, pegajosas y adhesivas, a modo de carrete fotográfico desenrollado dónde acudían las muchas moscas que, por golosas, morían presas de patas en ella.
(Solían colgar también en algunas ventas del barrio, al costado de las jareas y los tollos)

Por las tardes, mi madre tostaba café crudo de Venezuela (comprado al cambullón) en una sartén a tal efecto. Una vez tostado, siempre era yo el encargado de molerlo de inmediato y en caliente,  haciendo girar la manivela de un pequeño molinillo de madera en cuya cajita, destinada a ello. se iba depositando mansamente el finísimo y negro resultado de la molienda. Haciendo luego uso de la cafetera de dos piezas, para colar el café ya molido y aún tibio y una vez colocado en el colador de la parte superior, mi madre, -en un riguroso y silencioso ritual-, iba añadiendo agua hirviendo poco a poco hasta caer goteando, lentamente teñida y bien caliente, en la parte inferior de la cafetera. El resultado era un café negro y espeso cuya extraordinaria textura parecía delicíosamente similar al mismísimo alquitrán.


Mientras tomábamos café en la cocina, el resto de vecinas del entorno, sentadas bajo el tibio sol del atardecer en el patio común del Callejón Piñeiro, escarmenador en mano, se afanaban en desparasitar lentamente y en silencio las hermosas y largas cabelleras negras de sus jóvenes hijas, todavía solteras.

Utensilios por orden de aparición: jabón Lagarto, brillantina, HENO DE PRÁVIA, LUX, lámparas de carburo, radio MOBBA, tabaco (KRUGER, RECORD, VENCEDOR, OVAL LUCHA, CORONAS), plancha, cogedor,cocinilla, destupidor, Ángel de la Guardia, aparato de FLY, atrapa-moscas, molinillo de café, cafetera, escarmenador.






martes, 14 de febrero de 2017

MONEDERO FALSO

Reconozco que siento debilidad por los perdedores honestos; quizá porque, en cierto modo, me identifico bastante con ellos. El caso de Errejón, cuyo programa de partido fue rotundamente rechazado por una gran mayoría en la asamblea de Vista Alegre II, me conmueve en particular porque, aparte de honesto, Íñigo me parece un joven brillante, culto y educado pero cuya inocencia –bendita sea- le ha llevado a confiar en exceso en aquellos colegas de viaje que han acabado por derribar al fin, sin ninguna conmiseración, sus tesis políticas respecto a cómo él creía que debía funcionar la dinámica del partido. Sin embargo, dejando aparte al propio Pablo Iglesias, quiero centrarme hoy en la inquietante figura del controvertido Juan Carlos Monedero quién, con su verbo fácil ante los medios de comunicación, durante todo el año anterior, ha venido presumiendo de su aparente imparcialidad respecto de los dos candidatos a la secretaría general arguyendo, además, que dentro de PODEMOS no desempeñaba ya ningún cargo de relevancia pero que , según mi opinión, ello no le impedía  mostrarse públicamente como cronista mediático de las interioridades del partido cuando era entrevistado por la prensa o la televisión y tomando descaradamente partido por uno de ellos en concreto: por Pablo Iglesias. 


Por el valle de lágrimas dejado estos días por Íñigo Errejón, navega ufano el místico Carlos Monedero en busca de ese río revuelto donde la ganancia de pescadores sabe que está del todo asegurada. Aferrado siempre a su monedero de vieja, de broche de presión metálico, guarda, y en ocasiones acaricia, las relucientes treinta monedas de plata que desde la fundación de PODEMOS lleva siempre consigo. Tanto si se suicida como si no, haría bien en devolverlas a su lugar de origen. Judas no lo hizo.

Al astuto Monedero siempre, a lo largo de la Historia, se le ha visto manipulando, cuando no intrigando en el seno de las más poderosas familias europeas del Renacimiento: los Medicci, los Sforza, los Borgia, etc. La penúltima vez que fue visto tuvo lugar en la Corte de los Zares, encarnado en la inquietante figura del monje Rasputín entre la familia Romanov. Hoy regresa de nuevo, en pleno siglo XXI, envuelto esta vez en su aureola de reputado politólogo y seguramente dispuesto a ocupar un sitio relevante en el seno de la cúpula del nuevo PODEMOS desde donde poder mediar en su propio y único beneficio.


MEMORIAS DE SANTA CRUZ

De mi época infantil en la que de la mano de mi padre bajábamos desde La Cuesta a Santa Cruz en la exclusiva, mi memoria destaca a cuatro personajes de entonces y otros tantos bares de la capital donde, en ocasiones, al parecer coincidían todos ellos.

Corrían los años cincuenta del pasado siglo y ya teníamos radio en casa, de marca MOBBA, con onda corta incluida, de modo que por las noches, al conectar con Radio Club Tenerife, el nombre de SOMAR, a la sazón director de la emisora decana, me sonaba hasta entonces desconocido  hasta que muchos años más tarde, ya con trece años cumplidos, acudiría de nuevo a mi memoria hasta tratarle personalmente durante una actuación en directo, un sábado por la noche, en un popular programa creado por él mismo y conocido bajo el nombre de Festival de las Estrellas. De ello trataremos al final  porque aquellos bares míticos a los que he aludido anteriormente representaban para mí un misterio difícil de resolver. Sus nombres, entre los muchos que existían, los recuerdo todavía: el Águila, en la calle de Valentín Sanz, cerca de la Plaza del Príncipe, el Café La Peña y el Cuatro Naciones, en la Plaza de la Candelaria y, por último, el Atlántico, frente al mar, dónde me quedaba boquiabierto contemplando absorto el gran cuadro del Teide que presidía el enorme comedor.
Mi padre no se atrevía a entrar conmigo en ninguno de ellos pero desde la calle me señalaba discretamente a algunos de sus ilustres clientes a los que él, en alguna ocasión, había servido en la barra del Atlántico donde trabajaba como barman.

En cierta ocasión, al pasar frente a El Águila y sabedor mi padre de lo mucho que me gustaba entonces ya el dibujo, me señaló a MESA, caricaturista por excelencia de aquella época y que no sé por qué razón le encontré un enorme parecido con el pianista y compositor Agustín Lara. Me pareció un hombre taciturno y concentrado pero sus caricaturas gozaban de un ingenio y una gracia tal que me provocaban auténtica risa. No recuerdo con exactitud en cuál de ellos, aunque estoy seguro que en uno de esos cuatro bares señalados y, según mi padre, siempre ante un vaso de whisky, también pude conocer de vista a CROSITA. Recuerdo haber visto su nombre, -¿o era el de NIJOTA?- al pie de ciertas coplas canarias, editadas en forma de cromos que yo coleccionaba y cuyas rimas, siempre según mi padre, eran de su autoría. Si no me equivoco, aquellos cromos venían como regalo en el interior de alguna marca de tabaco que fumaba mi padre y que por citar una al azar, podría ser OVAL LUCHA, cuya cajetilla de color azul me llamaba mucho la atención no sólo por los dos luchadores representados en ella sino, además,  porque los cigarrillos en cuestión no eran lo del  todo cilíndricos que cabría esperar.

Por último, no quiero olvidarme de las pocas veces que asistí al Estadio Heliodoro Rodríguez López para presenciar un partido de fútbol de los de entonces. Cuando digo de los de entonces no quiero referirme a que el fútbol haya cambiado tanto con los años sino que la diferencia  estriba hoy en el comportamiento de un graderío que sin PACO ZUPPO, dirigiendo a la afición desde el centro mismo del campo, antes del comienzo del encuentro, no sea capaz de entonar “a capella” el popular RIQUI-RACA del que todavía no he olvidado  su onomatopéyica letra y que contribuyera a tantas tardes de gloria vividas del Club Deportivo Tenerife.

SOMAR nos citó en Radio Club Tenerife, en la calle Álvarez de Lugo de Santa Cruz, unas horas antes de que comenzara el programa para una prueba musical de audición en su presencia que avalara, a pesar de nuestra juventud, la supuesta profesionalidad que se nos atribuía como grupo. Interrumpió la pieza después de algunos compases y disculpándose por su injusta incredulidad nos citó sin falta algo antes de las diez de la noche, hora en la que daba comienzo el programa en riguroso directo y que nos catapultaría hacia la popularidad en todo el ámbito insular.

domingo, 12 de febrero de 2017

VERDADES COMO PUÑOS

A diferencia de las “medias verdades”, las llamadas “verdades como puños”, bautizadas así por el acervo popular, resultan mucho más contundentes que las anteriores, más compactas si cabe pero, en mi modesta opinión, no tan indiscutibles como a primera vista puedan parecer. Solamente son admisibles las irrefutables, aquellas otras que la ciencia ha mantenido siempre a buen recaudo y en disposición de ser demostradas fehacientemente. El ejemplo más sencillo de los que expondré a continuación es aquel que dice: “el orden de los factores no altera el producto”. Otro ejemplo algo más complejo pero no por ello menos verosímil es el que se desprende del famoso Teorema de Pitágoras, también indiscutible. Que la Tierra gira en torno a su eje (rotación) a la vez que alrededor del Sol (traslación) resulta del mismo modo una verdad inamovible desde que Galileo lo descubriera.

Por razones obvias se dice comúnmente de las matemáticas que son “ciencias exactas” sin embargo, el espectro que presenta el lenguaje no parece aceptar tal aseveración. Me explico: he oído a veces expresiones tales como: “no se hable más; dos y dos son cuatro, lo mires por dónde lo mires”. Pues bien, tratemos de analizar con detenimiento la oración.
Si la verdad que se pretende demostrar significa que los sumandos (2+2) dan como resultado cuatro, resulta una afirmación cuanto menos ambigua porque también con los sumandos (3+1) se obtiene el mismo resultado y con los otros sumandos (1+1+1+1) de igual manera se consigue la misma suma.
Si por el contrario, la verdad que se pretende demostrar es que cuatro es el resultado de (2+2), nos encontraríamos en la misma situación que la anterior porque también lo es de (3+1) y de (1+1+1+1). Sin embargo, si hubiéramos elegido como ejemplo  "dos por dos son cuatro, lo mires por dónde lo mires" el análisis hubiera sido muy distinto porque, exceptuando el (4x1), sólo estos dos factores (2x2) y no otros, dan como resultado cuatro; por lo tanto nos encontramos, ahora sí, ante una VERDAD ABSOLUTA.

De manera que el lenguaje propiamente dicho es completamente ajeno a lo que algunos entendemos por verdades o mentiras, ni está sujeto al arbitrio de ninguna autoridad que nos obligue siempre a contar sólo la verdad. En muchos casos, cuando se escribe, no se tiene la más mínima conciencia ni tampoco la absoluta certeza de cuánto hay de verdad o de mentira en el texto. La subjetividad nos lleva siempre ha herir, sin ni siquiera pretenderlo, los posibles intereses o susceptibilidades de todos aquellos que nos leen a diario; tanto si unos consideran verdad u otros mentira el resultado de lo que escribimos.

No me imagino a unos supuestos Agentes de la Verdad deteniendo a alguien por haber escrito que el agua de mar no es salada. Espero que ello no ocurra nunca en bien de la llamada LIBERTAD DE EXPRESIÓN que, precisamente, es uno de los sólidos pilares de nuestra joven DEMOCRACIA


sábado, 11 de febrero de 2017

LA FUERZA DEL DESTINO

Desde que se dio a conocer, siempre he sentido curiosidad por precisar el peso específico que habrá tenido su propio nombre en su subconsciente para que jugando a favor de Pablo Iglesias éste decidiera, bajo su posible influencia, emprender la carrera de Ciencias Políticas en la Complutense de Madrid con el excelente resultado que ya todos conocemos.
He querido recorrer el sendero de su propio destino desde que sus padres le bautizaran con el nombre de Pablo hace ya unos treinta y ocho años hasta nuestros días en los que, precisamente, se dirime su futuro inmediato como secretario general del partido que junto a otros como Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre fundaran hace ya unos tres años con el esperanzador nombre de PODEMOS. Este somero seguimiento desde su nacimiento me ha llevado al convencimiento de que si le hubieran bautizado con un nombre distinto al que ahora tiene, quizá sus derroteros hubieran sido otros muy diferentes; pero eso nunca se sabe con toda certeza aunque,- a tenor de lo dicho anteriormente,- el destino también puede haber estado condicionado desde su origen.

También es cierto que sus compañeros de viaje han llegado conjuntamente al mismo destino sin necesidad de tener que haberse apellidado Iglesias pero en la Asamblea prevista para este fin de semana en Vista Alegre 2 podremos, por fin, comprobar lo mucho que compromete el peso específico de un apellido tan vinculado al socialismo como el de Pablo.

Parece mentira que un detalle tan nimio como pueda serlo un bautizo haya podido jugar, desde mi exclusivo punto de vista, un papel tan importante en el seno de la política actual española. Posiblemente, la idea que acariciara su padre entonces sólo pretendía, -en la figura de su hijo y en memoria de su propio apellido,- un sincero homenaje al que fuera fundador del PSOE y la UGT el humilde tipógrafo llamado también Pablo Iglesias. Tampoco dudo de que el ambiente político en el seno de su propia familia a lo largo de su infancia no haya podido tener una influencia más que notable en su formación pero también es cierto que el destino del que hablo habría colocado a Pablo en un momento político crucial en lo que se refiere a las dificultades habidas en el último año para la gobernabilidad del país; por una parte asociada a la defenestración política de Pedro Sánchez en su carrera hacia la presidencia y por otra, sobre todo, en el preciso momento en que la corrupción en el seno del PP habría alcanzado cotas desproporcionadas de delitos tan flagrantes que han terminado por minar completamente los robustos pilares de los que habría presumido durante tantos años la compacta derecha de este país.

Este ha sido el caldo de cultivo que, al parecer, ha venido alimentando la sensación que hoy tengo de que el destino, sospechoso siempre de acudir en ayuda de los más desfavorecidos, se habría adelantado a los acontecimientos previstos por terceros para propiciar la participación activa de un
nuevo partido que, a medida que no sólo concreta su posición sino además su postura, cobra mucho más fuerza cada día en su competencia con el resto en el terreno político.

jueves, 9 de febrero de 2017

VERGÜENZA AJENA

Existen muchos varones que después de pasar casi media hora sentado en el wáter haciendo sus más sucias necesidades en silencio y en privado, suelen salir inmediatamente después a la calle con la sana intención de comerse por completo el mundo con la conciencia bien tranquila. Pero, ¿dónde vas, muchacho?, ¿con la cantidad de porquería que has almacenado durante tantos días en el intestino y aun así insistes en salir con hambre?

En mi caso particular, antes de salir definitivamente, me siento un buen rato en el bidet. Esos minutos de aseo íntimo me sirven casi siempre de antesala para la reflexión a la espera de las sorpresas que más tarde pueda depararme el día una vez ya en el exterior; o ahí fuera, -como suelen decir algunos protagonistas de las malas películas americanas-.

Como hombres nuevos nos enfrentamos al cada día en cuerpo y alma: limpios de cuerpo y mente; el alma, -en lo que a mí respecta-, impecable. En cualquier caso, impolutos, sin ninguna sospecha de haber salido hace un momento del wáter donde escondíamos a hurtadillas la porquería y convencidos además de que pasará mucho tiempo antes de que no nos tengamos que sentar de nuevo con el pantalón hasta los tobillos, el culo completamente al aire y la conciencia muy tranquila.

Sólo con verme en situación semejante, me hace sentir mucho más tolerante si cabe con los demás, más comprensivo, más humano también, aunque igual de convencido de mis otras muchas limitaciones como persona.

Por todo ello, casi me atrevería a afirmar que soy muy frugal en las comidas como para no verme en el delicado trance de tener que visitar el wáter mucho más veces de las que son estrictamente imprescindibles, y mantener así  mi intestino a buen recaudo y lo suficientemente alejado de su capacidad máxima de almacenamiento aunque sí con la tolerancia mínima suficiente como para que no me preocupe hasta el extremo de que no me permita presumir, entre mis semejantes más allegados, de mis buenas y apacibles intenciones para con los demás.