RETRODEZCAN
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?
sábado, 10 de enero de 2009
ESTACIONES
viernes, 9 de enero de 2009
HUMOR: GONE WITH THE WIND
"Lo que el viento se llevó" fue una película que jamás pude acabar de ver. El motivo exacto de tal coincidencia ni siquiera me lo planteo. Seguramente no me parecía tan imprescindible como lo era llegar hasta final de El Quijote, por ejemplo. Lo cierto es que por una razón u otra no conseguí jamás ver el final aunque en honor a la verdad debo decir que me lo habrán contado mil y una veces.
Como ya intuís, algo parecido también me ocurrió de joven con el famoso libro de D. Miguel de Cervantes hasta que, ya de mayor, tomé la sabia decisión de aventurarme hasta la última página pero con "Lo que el viento se llevó", nunca pude, de verdad.
Pero hoy día, con la crisis que todos estamos padeciendo, resultaría casi imposible que un juramento como el emitido en la película por aquella Scarlette O'Hara con la melena al viento se hiciera realidad, ¿Recordais el Juramento?:
"Juro que jamás volveré a pasar hambre" o algo así.
Dadas las circunstancias, he llegado a pensar si no convendría bautizar a esta crisis como "LO QUE EL VIENTO NO SE LLEVÓ" en alusión al hambre que habremos de soportar todos a partir de ahora
jueves, 8 de enero de 2009
....ya es la hora
¡ATENCIÓN, por favor!.
No se por qué razón tengo el CORREO desconfigurado y no puedo enviar mensajes aunque sí recibirlos. Ruego disculpen las molestias que les ocasiono con la avería. Si alguno cree que me niego a contestarle, se encuentra en un lamentable error.
GRACIAS POR VUESTRA PACICENCIA.
martes, 6 de enero de 2009
7 de ENERO: NIEVE en Gerona
CARMEN- Año nuevo 2009
En estos casos, las familias aprovechan la excepcionalidad ambiental para fotografiarse con un atuendo que en contadas ocasiones nos permitimos lucir. Tal es el caso
lunes, 5 de enero de 2009
LUIS ESPINOSA PEÑA, podólogo y amigo
Poca gente sabrá que Luis se conocía Barcelona como la palma de su mano y ello como consecuencia de su trabajo como practicante mientras continuaba estudiando podología. Se desplazaba con una moto de 250 cc. con tanta rapidez como urgencia necesitaba el enfermo afectado de modo que el callejero de aquella gran ciudad se lo sabía de memoria y mejor que la mayoría de barceloneses. Me atrevería a decir que Luis, por haberles pinchado en la nalga, conoció entonces a más de un 15% de los millones de culos que poblaban Barcelona. ¡¡Curiosa forma de conocer la metrópoli".
Quiero rendirle en vida mi más sincero homenaje con esta corta crónica que ni siquiera resume la gran humanidad que la figura de Luis destila todavía en mi memoria y hacerla además extensible a su esposa y a sus hijos en los que ha encontrado paz, sosiego y felicidad.
domingo, 4 de enero de 2009
EL CADILLAC y José Carlos, el pintor
La crónica que cito a continuación tiene su origen en una anécdota acontecida durante un traslado a casa por parte de José Carlos en su flamante Cadillac.
Yo observaba aquel firmamento que se desplazaba lentamente sobre mi cabeza sin llegar a creer que aquellos miles de puntos brillantes que ahora contemplaba correspondieran a la luz desprendida de las estrellas viajando hacia nosotros a gran velocidad. Mas bién me parecían diminutos orificios practicados en la gran bóveda celeste a través de los cuales se filtraba la intensa luz del otro lado; del lado que se supone debía estar la Gloria.
Esta curiosa impresión la arrastraba desde que, siendo muy niño, solía acudir por Navidad a la Clínica de San Juán de Dios en Vista Bella con la única ilusión puesta en presenciar el enorme y hermosísimo espectáculo que constituía el Belén que, como cada año, los hermanos construían exprofeso para complacencia de todos los niños de Tenerife. Cuando en el Belén anochecía, yo quedaba boquiabierto al contemplar, como me ocurría ahora, aquel firmamento cuajado de cientos de diminutas y rutilantes estrellitas parpadeando en la oscuridad. Lamentablamente, habiendo ya alcanzado los diez años de edad y en vista de que yo continuaba sin lograr salír de mi propio asombro ante tamaño milagro, un desalmado adulto de la Cuesta se atrevió a desvelarme el gran secreto mejor guardado de la orden. Me confesó sin el menor escrúpulo que los hermanos de S. Juán de Dios, con el propósito de conseguir aquella telúrica mágia y sorprender a los inocentes como yo, solian practicar una numerosa serie de agujeritos diseminados por toda la superficie de la bóveda celeste construida a tal fín y que merced a la gran iluminación ejecutada al otro lado del cielo, donde siempre supuse que debía encontrarse la Gloria, su nítido resplandor se filtraba impune a través de ellos, convertidos ya en falsas estrellas, ocasionandome entonces la misma sensación celestial como la que ahora me embargaba, mientras mi cabeza reposaba blandamente en el respaldo del Cadillac que, conducido por José Carlos, circulaba lentamente y en silencio en dirección a La Orotava a través de la oscura carretera del Botánico. Junto a mí viajaba Carmen quién, a medida que yo le iba confiando mis impresiones durante el trayecto, continuaba escudriñando, con la vista fija en el firmamento, las razones de tanto entusiasmo por mi parte.
Los faros barrían las sombras sobre el asfalto y el cielo, que corría en dirección contraria al Cadillac, fue perdiendo velocidad por momentos hasta detenerse completamente al tiempo que el propio gran automóvil. José Carlos giró entonces la cabeza y mirándonos por encima de la montura de sus gafas, con un mohín de asombro en su rostro, exclamó lo que ya Carmen y yo nos temíamos:
-Nos hemos quedado sin gasolina.
Habíamos rebasado ya Las Arenas y dejado atrás la conocida gasolinera. Nos encontrábamos detenidos en medio de la noche y en una estrecha y empinada carretera que conducía al Restaurante La Playita, cerca del cual se encontraba nuestro domicilio, una gran casa de campo alquilada, perteneciente a una rica familia de la alta burguesía de la Orotava y que compartíamos con Lelo Camacho y su esposa Nuria.
El Cadillac era más largo que el ancho de la empinada carretera con lo cual ni siquiera empujando podíamos haberle hecho cambiar de sentido tal y como hubiera sido nuestro deseo y orientarlo cuesta abajo para que, aunque fuera con su propia inercia y en punto muerto, haber podido alcanzar sin grandes dificultades la gasolinera de Las Arenas.
De la misma forma que José Carlos se ofreciera para llevarnos amablemente a casa a bordo de tan magnífico automóvil, se ofrecería asímismo a desplazarse a pie hasta la gasolinera en busca de combustible mientras Carmen y yo nos quedaríamos al cuidado del precioso Cadillac
Llegó el momento de las reflexiones y mi mujer y yo estuvimos completamente de acuerdo en que, en ese sentido, un Cadillac no se diferenciaba en absoluto de un 600. Ámbos necesitaban el mismo combustible para ponerse en marcha con la única salvedad de que habiéndose tratado de un vehículo más pequeño hubiéramos conseguido lo que con el Cadillac resultó imposible: orientarlo cuesta abajo
¿Para qué buscar la Gloria más allá de las estrellas si ya José Carlos nos había concedido el privilegio de viajar en una vieja Gloria de la automoción, en un Cadillac rosa y a azul de los años 50 como aquel que se había detenido por falta de combustible en una empinada carretera de la Orotava?.
Durante su ausencia, Carmen y yo especulamos sobre nuestro futuro, sobre su embarazo y nuestro primer hijo que resultaría ser una niña, Dácil. Coincidimos sobre la dicha de haber viajado, gracias a la generosidad de José Carlos, en un Cadillac automático y descapotable bajo un cielo oradado de agujeritos donde suponíamos que detrás se escondia la Gloria a la que creíamos tener también derecho , sobre todo en una noche tibia como aquella de primavera, en la que una suave brisa agitaba mansamente las enormes hojas de las plataneras, proyectando alargadas sombras móviles sobre la irregular superficie del camino mientras nosotros descansábamos esperando el regreso de José Carlos.
Casi una hora le llevó a José Carlos la ida y vuelta desde las Arenas pero finalmente regresó con un recipiente metálico repleto de gasolina con la que felizmente alimentó a su Cadillac bicolor, descapotable, de cuatro ruedas y automático para proseguir un viaje al que solo le restaban no más de cuatrocientos metros cuesta arriba.
A pesar de todo, Carmen y yo nunca olvidaremos aquella simpática anécdota nocturna a bordo de una Cadillac y cuyo auténtico protagonista no fue otro que el conocido pintor José Carlos quién, por intentar agradar como era siempre su deseo convertido ya en costumbre, resultó ser víctima de su propia desinteresada amabilidad al verse envuelto, por una falta de previsión por su parte, en este curioso incidente del que seguramente y a pesar del largo tiempo transcurrido no habrá conseguido nunca olvidar y que con toda probabilidad recordará con el mismo entusiamo con el que lo hacemos también nosotros ahora.
SALVADOR GARCÍA LLANOS
O tal vez, presumiblemente, y debido a una inconsciente intuición del futuro que yo ya le auguraba, hubiera querido por mi parte inmortalizar su indiscutible juventud en esta tranquila fotografía de pueblo.
Salvador y yo no manteniamos una relación amistosa que pudiera considerarse de lo más íntima pero lo más probable es que yo estuviera ya al tanto de sus progresos como periodista y que fuera esta la verdadera razón por la que me hubiera visto, finalmente, movido a fotografiarle.
La foto la he vuelto a encontrar hoy por casualidad entre las numerosas que poseo de muchos de los ciudadanos del Puerto: anónimos, populares, pintorescos, característicos, famosos, etc.
Las casualidades de la vida han hecho, sin embargo, posible que hoy, pese a la gran distancia que nos separa, cultivemos una amistad mucho más íntima si cabe que la que entonces manteniamos y ello a pesar, incluso, de haber sido tal distancia, entonces entre nosotros, mucho más estrecha que la que mantenemos en la actualidad con lo que se plantea una curiosísima paradoja por la que se puede llegar facilmente a la felíz conclusión de que la calidad de la amistad, o esta en si misma, jamás estará en función solamente de la mayor o menor distancia entre los protagonistas sino que dependerá, en gran medida, de otros distintos factores tecnológicos, característicos de la civilización del siglo XXI, como puedan ser, en este caso concreto, la informática, Internet, los Blogs, el correo electrónico, etc, etc, etc., pero, naturalmente, pueda haberse debido ,asímismo, a factores fundamentalmente humanos, como pueda ser la recíproca voluntad de coincidir en querer ser, simplemente, buenos amigos
sábado, 3 de enero de 2009
JULIAN, pintor y el "NIÑO LLORANDO"
Vivió en distintos sitios del Puerto pero, en cualquier caso, siempre en su casa había un espacio destinado a estudio y donde además de a los modelos, recibía a la totalidad de sus amigos, que eran muchos y distintos.
Por no extenderme demasiado, también apuntaré que Julián, junto a José Carlos y en mi compañía, fue protagonista de esa media docena de celebradas e inolvidables anécdotas de las que ya he hecho referencia en distintas ocasiones.
Julián poseía una personalidad tan inquietante que en ocasiones rayaba el desconcierto. Posiblemente ello se debía a una extraña habilidad que hasta entonces yo no había descubierto todavía y que jamás llegaría a descubrir si un buen día no me hubiera confesado la gran capacidad de poder hipnótico que era capaz de desarrollar.
En cierta ocasión en que nos encontrábamos reunidos en el estudio habilitado de su nuevo domicilio algunos músicos y otros tantos bailarines de flamenco, a Julian se le ocurrió la peregrina idea de demostrar su precisa y turbable habilidad y con el consentimiento previo del bailarín que se ofreció voluntario al ensayo consiguió dejar a este tan profundamente dormido que, antes de que se consumiera el minuto que el resto de los allí presentes habíamos puesto como condición previa a la sesión de hipnosis, ya había caido al suelo desde el sofá donde anteriormente había estado comodamente sentado. Naturalmente, cuando volvió en sí ni creyó ni se acordaba siquiera de lo que le había sucedido lo que despertó la hilaridad de todos los allí presentes.
Por último, recordar que, en el pequeño jardin que rodeaba la ermita de San Telmo, un intermediario vendedor de cuadros llamado Jesús, de origen gallego, solía exponer siempre, entre todos los demás, el retrato hiperrealista de un niño llorando y sobre cuyas mejillas resbalaban dos perfectas y cristalinas lágrimas de amargura. Ese "niño llorando" se convertiría, comercialmente hablando, en la obra cumbre de Julián y el cuadro, que además llegó a ser muy popular, conseguió también ser el que mejor y más rapidamente de todos se vendía por lo que no resultaba nada extraño escuchar al intermediario implorar, más que exigir al pintor una vez vendido el último, su nuevo "niño llorando", pues era realmente lo que le daba para seguir viviendo.
JOSE CARLOS, su hija y mi muñeca
La gran fantasía que en ocasiones derrochaba José Carlos era, para muchos, uno de los rasgos menos conocidos aunque característico de su rica y asentada personalidad que rara vez mostraba en público. Sin embargo, cuando se trataba de colaborar con otros amigos suyos en algún proyecto de tipo artístico no ponía ningún reparo en manifestarla y en ofrecerla espontáneamente acudiendo en nuestro auxilio como es el caso que nos ocupa, ocurrido durante una divertida sesión fotográfica, en un plató improvisado, que tenía como objetivo un reportaje infantil sobre su bellísima y simpática hija.
Fuimos, además, por entonces, protagonistas involuntarios de algunas curiosas y suculentas anécdotas, acontecidas durante aquellos años en los que mucha gente coincide en considerar como la "ÉPOCA DORADA" del Puerto de la Cruz y que, a pesar del largo tiempo trancurrido, a buen seguro, José Carlos no habrá olvidado del todo todavia por haber sido él uno de sus principales actores aunque gracias a su bien conocida discreción no dará, seguramente, lugar a que dichas anécdotas lleguen a alcanzar status de dominio público.
Esa elegancia empezaba por él mismo y su entorno. Comodamente sentado en la terraza del Café de París, rodeado de cuanto precisa un buen retratista para ejercer su trabajo, incluído un intérprete, se entregaba por entero a su arte mientras en el interior del establecimiento otro no menos artísta, Leopoldo Ortí, aunque en distinta displina, nos deleitaba a lo largo de la noche con un interminable y "glamuroso" repertorio de conocidísimas y frescas melodias extraidas primorosamente del alma de su gran piano de cola hasta crear la magia, imposible de disociar, entre su propia maravillosa música y la no menos exquisita pintura de José Carlos.
Entre música, pintura, un excelente y profesional servicio que nos aprovisionaba, -como en las películas,- de algún que otro Dry Martini de tanto en tanto y confortablemente instalados, dejábamos pasar el tiempo bajo un cielo completamente estrellado mientras los neones de la Avenida de Colón parpadeaban colores sobre el océano majestuoso.