RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

martes, 24 de enero de 2017

TORTILLA TRUMP

Esa persistente inquina que el Sr. Trump siente por los latinos en general es imposible que se la pueda quitar de encima hasta que no desaparezca por completo esa tortilla española tan poco hecha que desde hace años lleva sobre su cabeza y de la que se siente tan orgulloso. Sólo por eso, debería ser mucho más condescendiente con los hispanos residentes en USA.
En cualquier caso, me atrevo a decir que "la culpa no la tiene el cerdo, sino quién le da de comer". Me refiero, naturalmente, a que si el Sr. Trump ha llegado hasta la presidencia de EE.UU., con todo lo que ello significa de inquietante, se debe principalmente a que una gran mayoría de norteamericanos le ha votado en las urnas para ese menester con lo que el latente peligro reside precisamente en eso: en el sentir de una gran parte de la población en favor de los postulados del nuevo presidente electo. Algo similar ocurre hoy en nuestro país pues quién le ha dado de comer durante tantos años al PP no ha sido precisamente un simple porquero anónimo sino un amplio espectro de la sociedad española a la  que, en aras del respeto que se ha de tener por la democracia, estamos obligados a aceptar mal que nos pese.

CUALQUIERA, EN EE.UU. PUEDE LLEGAR A SER PRESIDENTE, CUALQUIERA, EN EL RESTO DEL MUNDO, PUEDE MATAR UNA RATA SIN QUE NADA NI NADIE SE LO IMPIDA, NI SIQUIERA LO LAMENTE.

lunes, 23 de enero de 2017

LA FAVORITA DEL REY 2ª PARTE

Los enlaces matrimoniales habidos entre las distintas dinastías de las viejas monarquías europeas, sólo en muy contadas ocasiones han obedecido al único interés de los contrayentes en función  del supuesto amor que ambos se profesaban y que, a mi juicio, -si así hubiera sido siempre-, las consecuencias se podrían haber evitado y el resultado final se hubiera también alcanzado con mucho menos dramatismo y ausencia de dolor para el futuro de los jóvenes contrayentes. Tales enlaces obran, la mayoría de las veces,  en función de una justificada causa suprema como, por ejemplo, pueda ser la causa de estado, con la única exclusiva intención de establecer o afianzar beneficiosas alianzas concretas en materia de seguridad nacional, estrategia militar, geo-política o económica de las que se aprovecharían indistintamente los dos países implicados.
Si el matrimonio entre D. Juan Carlos y Dña. Sofía pudo ser de esta naturaleza, ¿que ventajas a supuesto, -desde el punto de vista político-, para Grecia y España la manifiesta  infelicidad durante tantos años de la regia pareja?

Otra cosa muy distinta es la que, en este sentido, ocurre entre las clases menos afortunadas de nuestra sociedad moderna porque su único y auténtico patrimonio no consiste en absoluto en los escasos o nulos bienes materiales que puedan o no poseer los implicados sino que está basado en la profunda fidelidad que se profesan ambos a partir de un férreo compromiso de amor que está muy por encima, aunque estrechamente vinculado, a las las espectativas de futuro que esperan les depare el destino. En tal sentido y desde un punto de vista del todo irónico, el verdadero amor parece ser sólo patrimonio de los pobres. No obstante, las infidelidades están también a la orden del día pero no perjudican en absoluto a la seguridad nacional, por ejemplo.

No voy a entrar a juzgar las relaciones extra-matrimoniales acontecidas, -si es que las hubo-, en el seno de la casa real española. En una sociedad moderna como la nuestra, se supone que sus miembros se consideran lo suficientemente responsables de sus actos, también en materia amorosa, como para gestionarlos exclusivamente en familia. Lo que no me parece tan bien es como y de qué manera se ha indemnizado con tanta generosidad a la favorita del Rey y si ello ha sido a expensas del erario público porque en ese caso si que ha podido constituir parte de su delito, -que no su infidelidad,- y en segundo lugar, si el resto del delito ha consistido en una amenaza real para la seguridad nacional a raiz de que la prensa hiciera pública la posesión por parte de la Favorita de abundante material fotográfico y sonoro recogido durante las visitas del monarca al domicilio de su amante tendría que rendir cuentas ante la Justicia española.

Se me antoja que nos encontramos ante un lamentable y grave caso como el llamado CASO PRÓFUMO que en mil novecientos sesenta y tres desató un escándalo político de gran dimensión en el Reino Unido después de que se supiera que el ministro entonces de la guerra Jhon Prófumo mantenía relaciones con la guapa, también corista, Christine Keeler quién, a su vez, pasaba información al espía soviético, con el que también se veía, Yevgeny Ivanov.
Ni que decir tiene que debido a ello, no sólo Prófumo renunciaría inmediatamente a su cargo como ministro de la guerra sino que meses más tarde también lo haría el primer ministro Harold Macmillan alegando "problemas de salud". Un ejemplo.

LA FAVORITA

En un falso alarde de cronista ficticio al que soy tan aficionado últimamente, me he propuesto de inmediato consultar con inusitado interés las hemerotecas de los últimos decenios de nuestra era para tratar de aproximarme lo más objetivamente posible a una supuesta realidad que  ha vuelto de nuevo a ponerse de manifiesto estas últimas semanas en el seno de la sociedad española y que atañe, sobre todo, a la reputación de la Casa Real de la dinastía borbónica en nuestro país. Y, claro, he encontrado numerosos testimonios que demuestran las habidas relaciones amorosas de las que tanto se habla estos días en las distintas  tertulias televisivas entre la conocida corista Bárbara y el que fuera otrora monarca del estado español Don Juan Carlos I.
Tratando de esclarecer el trasfondo de esta apasionada y turbulenta relación, en ningún caso desmentida oficialmente todavía, ha llegado hasta mí, casi sin pretenderlo, una significativa noticia de hace unos lustros, publicada en uno de los diarios de mayor tirada de este país, mediante  la cual se constata la sorpresiva visita realizada en su día por el entonces monarca, -en calidad de discreto asistente-, a una representación nocturna del espectáculo circense del prestigiosos domador Ángel Cristo y en el que también actuaba, como principal estrella femenina del gran elenco, la bellísima Bárbara. 

Según cuenta la vieja crónica consultada, ante la tan inesperada visita del Rey, el domador Ángel Cristo, en su honor,  creyó prudente sorprenderlo con un nuevo y arriesgado número de doma no representado hasta entonces en pista y que tendría como protagonistas a la bella ex-vedette Bárbara y al más fiero de sus veteranos leones.
Al parecer y según anunciara el propio domador aquella noche desde la pista central, Bárbara se sentaría entre el público asistente, en la zona más alta del graderío y el fiero león, excarcelado durante unos minutos de su aburrido confinamiento, ascendería lentamente hasta ella para,  valiéndose sólo de sus enormes fauces, arrebatarle limpiamente el diminuto terrón de azúcar que la bella mantendría, hasta su llegada, entre sus sugerentes labios. Después de su inocente azaña,  el tan temido felino regresaría de nuevo al interior de su espaciosa jaula metálica.
Mientras el león ascendía el graderío, el numeroso público asistente, atemorizado pero en silencio, iba retirándose con  mucha precaución hacia los costados, dejando un ancho pasillo por el que la fiera se acercaba, cada vez más, hasta la bella que, impaciente, esperaba el encuentro, sentada cómodamente y con el blanco terrón de azúcar todavía entre sus carnosos labios rojos. Una vez el león hubo consumado la enorme proeza de apoderarse limpiamente del terrón, con la misma tranquilidad con la que Bárbara había permanecido hasta entonces, también la fiera, soportando ahora los atronadores aplausos que les dedicaba el numerosos público bajo la carpa congregado, regresaría con éxito y sin novedad a su involuntario exilio de siempre.




De súbito, la graciosa figura del Rey emergió de entre el público,
 -ya cómodamente sentado,- para, -puesto totalmente en pié y dirigiéndose al domador con voz profunda y atronadora-, gritar:
¡Fraude! ¡Fraude!

¿Fraude, Majestad? -inquirió con amargura el domador desolado-.

Sí, fraude. -contestó el monarca fingiendo total convencimiento para luego, en tono aún más jocoso si cabe, añadir: eso lo hago yo mucho mejor que el león.

Tras la ocurrente respuesta, a Ángel Cristo le cambiaría por fortuna el semblante mientras los cientos de asistentes a la fabulosa representación nocturna aplaudían a rabiar el magnífico sentido del humor demostrado por el Rey.

Al parecer, este sería el feliz comienzo de una futura y entrañable amistad entre la valiente y bella Bárbara y el Rey de España que habría de durar lo que en realidad duró: muy poco.

miércoles, 18 de enero de 2017

De grifientos y pederastas

Aquellos canarios que hoy día se aproximen a la edad que en realidad tengo, recordarán con toda precisión la cantidad de salas de cine que en la década de los años sesenta del siglo XX se concentraban en torno a la plaza de la Paz de Santa Cruz de Tenerife. Citemos al Teatro Baudet, al Cinema Victoria, al cine Víctor y al cine la Paz. Sin embargo, por aquel entonces, recuerdo muchos más, repartidos por los distintos barrios de la capital tinerfeña como el cine Crespo, el cine Tenerife, el cine Numancia, el cine Rex, el Parque Recreativo, el Royal Victoria, el Teatro San Martín, etc. Pero además de los muchos otros que, como digo, proliferaban por entonces en Santa Cruz, en torno a ellos solían pulular también personajes un tanto inquietantes cuando no misteriosos para nosotros los niños que los domingos acudíamos regularmente a las sesiones de matiné que con total puntualidad tenían lugar a las cuatro de la tarde. Después de esta primera sesión que, al contrario de lo que sí ocurría en los cines de la península, no era contínua, vendrían las siguientes: la de las seis, la de las ocho y, en último lugar, la de las diez, generalmente para los mayores de edad.







En nuestro caso concreto, ya bajábamos advertidos desde La Cuesta, donde vivíamos, acerca de la peligrosidad de estos siniestros personajes a los que con anterioridad me he referido y que sin lugar a dudas acudían no sin cierto sigilo a las entradas de los cines con las aviesas intenciones para sus fines personales que ya presuponíamos y que nosotros, pese a nuestra juventud, habíamos aprendido a detectar de manera casi inmediata.

Me refiero a los grifientos y a los pederastas. En Santa Cruz los habían muy populares. Los primeros se caracterizaban porque su supuesta tarjeta de presentación consistía, sobre todo, no sólo en el bamboleo que tienen los vagos al caminar sino por el hecho de llevar, además, levantado el cuello de la camisa cubriéndose el cogote a pesar del sofocante calor del verano a las cuatro de la tarde. Subían y bajaban la larga calle del Castillo, siempre por la sombra, creyéndose una raza superior y marcando, con el consumo de grifa continuado, su diferencia del resto de los mortales. Más peligrosos nos parecían los segundos, los pederastasy entre ellos, recuerdo a uno muy popular entonces y que respondía al sobrenombre de "El Matanzas". Tendría a la sazón unos cincuenta años. Su altura y corpulencia, desde luego, daban miedo pero lo que inquietaba de verdad era su sempiterna sonrisa dibujada sobre una cara abotargada en la que los ojos no parpadeaban nunca, máxime cuando fijaba su falsa, dulce y tierna mirada sobre cualquiera de nosotros. Entonces huíamos a toda prisa para refugiarnos en una heladería de la Rambla de Pulido cuyo nombre ya he olvidado pero situada muy próxima al magnífico cine Víctor y donde solíamos apagar la sed con unos deliciosos, baratos y helados granizados de limón.

Nunca supinos si aquel sobrenombre de El Matanzas respondía con exactitud a su probable singularidad como vecino del municipio de La Matanza o, por el contrario, al duro aspecto físico que por su complexión y estatura, le hubiera hecho merecedor de ser capaz de matar a cualquiera que se cruzase en su largo camino supuestamente delictivo.


lunes, 16 de enero de 2017

HABLAR BIEN CONSERVA LA DENTADURA

En relación con esas desagradables imágenes  emitidas en Tv. de dos padres en Gran Canaria enfrentados entre sí a puñetazos mientras presenciaban un partido de fútbol infantil en el que jugaban sus propios hijos, debo expresar mi más enérgica repulsa y condena a sucesos de estas características, que considero más propios de sólidos energúmenos que de auténticos aficionados a cualquier deporte, incluido el fútbol.




Sin embargo, haciendo un análisis pormenorizado de dicho reprobable enfrentamiento y desde un punto de vista estrictamente técnico y a espaldas de cualquier consideración de índole moral así como al margen de toda reflexión ética, ésta pelea nunca debió haber tenido lugar. Y no debió de haber ocurrido a causa de las especiales condiciones en que la llevaron a cabo. Me explicaré.

Primero: Tras el supuesto insulto, el menos alto de los dos, el que queda frente a la cámara, retrocede tímidamente hasta subirse en el pretil que sujeta la valla y conseguir de ese modo una altura favorable que le permita propinar cómodamente  a su oponente un cabezazo (en el argot: morrada, morrazo o morretazo) certero que desgraciadamente no conseguiría y haber zanjado así la pelea por sorpresa.

Segundo: Si no estás completamente seguro de cumplir tu objetivo, jamás debes de intentar infligir un cabezazo a tu adversario. Esta primera  intención provoca en el contrario, sobre todo si es canario, una reacción sin límites al considerar que has pretendido golpearle por sorpresa (a traición)  y que de haber logrado tu objetivo se hubiera visto fuera de combate en cuestión de segundos. Este drama en el que el adversario se cree víctima, resulta más que suficiente como para generar una violencia tan fuera de control como el caos que provoca un terremoto de magnitud 6,9 en la escala de RICHTER, que en realidad es lo que ha ocurrido.

Tercero: Cuando afirmo que la pelea no debió haber ocurrido nunca es porque doy por hecho que la diferencia de peso entre ambos contendientes resultaba más que notable. Pero eso no es todo; el más pesado, en mi opinión, aparte de los kilos que de por sí obraban en su favor, contaba además con una ligera ventaja añadida por cuanto parecía evidente que él mismo fuera conocedor de cierta técnica en la práctica del boxeo. A partir de que su adversario errara el cabezazo inicial,  se desataría  de improviso en él la furia suficiente con la que se dedicara de inmediato a lanzar una oleada tan rápida de crochets de izquierda y derecha, con tanto ahínco, que a la postre culminaría con esa especie de K.O. técnico, al parecer pactado entre ambos  y con el que se saldara la vergonzosa pelea  que, una vez finalizada, conduciría a su adversario a la clínica más próxima para tratar de recuperarse de las múltiples secuelas sufridas durante el sangriento enfrentamiento. Suerte que en Las Palmas no hay río, si no, la sangre, con toda seguridad, hubiera llegado hasta allí.

En cualquier caso, lo visto ayer en el partido de fútbol que enfrentaba al Sevilla con el Real Madrid, no ayuda mucho a intentar erradicar de una vez para siempre la violencia que se genera en los terrenos de juego. No creo que ningún jugador de cualquier deporte, se merezca el trato denigrante que recibió ayer Ramos por parte de sus paisanos

Los tiempos han cambiado mucho. Recuerdo que cuando éramos jóvenes y carecíamos todavía de la suficiente educación necesaria como para evitar los retos lanzados por nuestros adversarios de barrio, nos veíamos en el trance de no poder resistirnos a pelear y lo hacíamos simplemente por una cuestión de falso honor. Sin embargo, a nuestra manera y de común acuerdo, respetábamos unas reglas ya preestablecidas por las que estos enfrentamientos múltiples o individuales no desembocaban jamás en tragedia.

Con el tiempo aprendí de los cubanos una frase hecha que por simpática no deja de sonar a seria advertencia: "HABLAR BIEN CONSERVA LA DENTADURA"

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viernes, 13 de enero de 2017

MONEDERO E INDA

Como tele-vidente que en ocasiones soy, he podido prestar mucha atención a dos enfrentados contertulios, presentes a menudo en muchos de los distintos platós y medios televisivos de éste país y que por sus especiales características éticas y/o estéticas no despiertan en mí demasiada simpatía que digamos como la que sí siento por muchos otros con los que los dos primeros suelen debatir acaloradamente y a menudo en diversos programas políticos en la TV española. Me refiero al politólogo Juan Carlos Monedero y al periodista Eduardo Inda.
Hay en Juan Carlos dos detalles distintos que, en realidad, me inquietan en gran medida y son, por un lado, su expresión adusta a veces y sus gafas, ambas estilo Trotsky, lo que para empezar, dice mucho en cuanto a su orientación política de izquierdas tan discutida en el seno de otros partidos políticos que no de PODEMOS. Por el otro, su desafortunado e inevitable apellido, MONEDERO,  lugar del  que suele extraer a menudo toda esa verborrea en calderilla con la que tiende a apabullar siempre a su oponente de turno sin distinción de raza ni credo. 
Siempre me pregunté la razón por la que un hijo como él, de familia sencilla, politólogo en ciernes reconocido, no haya podido convencer jamás de las ventajas que,  -para un modesto comerciante como es su propio padre-,  supone pertenecer a un partido político del que fue, durante cierto tiempo, nada menos que secretario del Proceso Constituyente y Programa de PODEMOS.
Lo que más me preocupa, sin embargo, de MONEDERO es su gran habilidad para salir siempre airoso y en la foto, formando parte de la joven cúpula de PODEMOS y al mismo tiempo seguir afirmando ante los medios de comunicación que, definitivamente, él no desempeña por ahora ningún cargo político dentro del partido. Algún día sabremos si en ese mismo monedero del que suele extraer tanta calderilla cuando le conviene, mantiene todavía a buen recaudo las treinta monedas de plata de las que tanto hablan sus enemigos políticos.


Eduardo INDA, por el contrario, representa la figura del perfecto petimetre del siglo XXI. Ser elegante como él pretende no radica sólo en el bien vestir sino, sobre todo, en los modales adecuados. Sin embargo, personajes con esa inquina por todo cuanto se refiere a su adversario, sólo he podido reconocerlos como protagonistas en los viejos Western del cine filmado en Hollywood a partir de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Su perfil encajaría perfectamente en esos distintos tipos de caracteres de los que se nutren las tradicionales películas del género de aquel entonces.

Por su ampuloso discurso además de su verbo fácil y rápido y si en lugar de llamativas corbatas de seda luciera un sucio alzacuellos blanco, por ejemplo, y conservase las patillas en ambas mejillas, mostrando sus blancos dientes y sonrisa fácil actuales, estaríamos con toda seguridad ante un severo y pernicioso predicador de la época, capaz de vendernos el cielo a cambio de yacer plácidamente con la más joven y hermosa de sus recientes pervertidas feligresas.

¿Y por qué no como buhonero? Tampoco le vendría mal ese destacado rol. A bordo de su carromato tirado por dos tercas mulas, de pueblo en pueblo, vendiendo agua bendita en frascos de vidrio, engañando a los calvos con eficaces crecepelos, recomendando espesos ungüentos para el lumbago y otras dolencias, confiando a los jóvenes elixires destinados a la eterna juventud, etc., etc. Todo ello a un precio más que razonable, desde luego, pero sin ninguna garantía de éxito de la que no advertiría jamás, por si acaso.

¿Y tahur? ¿Se lo imaginan en el interior del SALOON, sentado tras una mesa circular con tapete verde, pañuelo de seda al cuello y embutido en un chaleco de terciopelo granate con la parte posterior también de negra seda con hebillita de plata y además de ganando, hacerlo con disimuladas trampas?

Ese es mi Eduardo INDA, no el Licenciado en Ciencias de la Información que hoy día todos conocemos, sino aquel otro indulgente predicador, el eficaz buhonero o el honesto tahur de tantas y tantas películas que guardo en la memoria y de las que elijo el papel que a cada uno le corresponde en función no sólo de la estética de la que presume sino también de la ética de la que, en mi opinión, carece.