INGREDIENTES:
Carne, garbanzos, aceite de oliva, cebolla, ajos, medio kilo de tomates, pimiento, azafrán de la tierra, tomillo, laurel, pimientas negras, perejil, azúcar, pimentón, vino del bueno.
La habitación 123 era una de las más confortables. Muy amplia y con mucha luz; demasiada, diría yo. El posoperatorio no entrañaba ninguna dificultad y la comida resultaba tan excelente como el servicio pero no había manera de que el cepillo de dientes se mantuviera derecho. Esa fue la única razón por la que pedí el traslado. No soportaba tener que recoger cada día del suelo lo que necesitaba para lavarme los dientes.
NOTA:
La fotografía representa una obra de TAPIES en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA).
Yo me he permitido hacer una broma sobre el particular.
Viviendo yo aún en Barcelona, siempre que tenía oportunidad acudía hasta las Ramblas con la mera intención de fotografiar algo que mereciera realmente la pena desde el punto de vista exclusivamente artístico, sin embargo, en aquella ocasión que referiré seguidamente, fue la presencia de una joven actriz de incognito quién despertó en mí aquel vivo entusiasmo por una nueva captura fotográfica exclusiva, cuando no inaudita, máxime al tratárse de un valor enormemente en alza dentro de la nómina cinematografía nacional de entonces pero cuyo nombre no tengo ningún interés en revelar por el momento atendiendo a la intención de mantener la atención del lector por el relato hasta el mismísimo final.
He de decir que para la ocasión había montado en el cuerpo de mi Nikon "F " un objetivo de 200mm que me permitiria fotografiar desde una distancia más que prudencial sin ser objeto de rechazo por parte de los inocentes viandantes.
Aquel día, las Ramblas presentaban el aspecto de costumbre. Mucha gente pero no tanta que no se pudiera, a aquella hora de la mañana, pasear aún con una cierta comodidad y holgura. Yo subía despacio desde el Liceo hasta la Plaza de Cataluña cuando creí advertir entre el gentío la presencia, para mí inconfundible, de una joven muy conocida por su trabajo en las pantallas que descendía distraídamente, en sentido contrario al mio, con su enorme bolso en bandolera, a una considerable distancia, pero cuyo rizado y hermoso largo cabello, sus parsimoniosos andares además de su bonita falda larga hasta las pantorrillas cubiertas por la caña de unas contundentes botas camperas, no dejaba lugar a dudas de quién se trataba realmente.
A medida que ella descendía yo iba disparando, simultaneamente, mi cámara analógica. Ello me obligaba, prácticamente, a caminar hacia atrás, con lo incómodo que significaba, con tal de mantener enmarcada en el visor la figura completa de la joven actriz viniendo siempre a mi encuentro y que habiendose apercibido, no obstante, de mi presencia tanto como de mis artísticas intenciones, no hizo en ningún momento absolutamente nada por evitar lo que ya era un hecho consumado y por cuya razón yo me iba sintiendo por momentos mucho más cómodo y deshinibido con la realización de mi improvisado y provechoso “trabajo”.
Di por terminada mi sesión cuando la película montada llegó a su fín. Fueron treinta y seis fotografías impresionadas en los quince minutos aproximadamente que tardé en llegar a la confluencia con la calle Cardenal Casañas, frente al Liceo, por donde me evadí discretamente con la sana intención de liberar a la actriz, como sincero gesto de agradecimiento por su mudo consentimiento, de aquel supuesto acoso mediático salvado solo por la acción del potente teleobjetivo que nos mantuvo siempre a una cómoda distancia mucho más que prudencial.
Aquel mismo dia, Leocadio y yo habíamos concertado encontrarnos en el único Drugstore abierto entonces en Barcelona, concretamente en las Ramblas, sobre las cinco de la tarde.
Cual no sería mi sorpresa cuando al llegar y desembocar en la barra del bar encontré a Leocadio en compañía, precisamente, de la joven que durante la mañana yo había estado fotografiando mientras paseaba optimista por las animadas Ramblas.
-¡Mira!, es este, -dijo Leocadio señalándome con la palma de la mano abierta hacia arriba mientras me aproximaba sorprendido hacia ellos.
-¡¡....Es que sois tan parecidos!!, -exclamó la joven sonriendonos.
-¡Hola, Angela!, -dije yo mientras le pedia al barman café para los tres.
Al parecer, mientras Leocadio se dirigía al encuentro acordado en el Drugstore fue felízmente abordado, confundiendolo conmigo, por Angela Molina quien por unos dias se encontraba de paso, disfrutando de la ciudad de Barcelona, camino de la capital inglesa donde, según manifestó, asistiría a unas clases intensivas para tratar de perfeccionar su deficiente inglés de cara a cumplir con posibles futuros compromisos cinematográficos en ciernes.
El interés de la actriz no era otro sino el de conocer al fotógrafo anónimo de esa mañana y solicitarle unas copias como recuerdo de su inolvidable estancia en la ciudad condal.
EPÍLOGO:
Mi compañero de trabajo, un catalán apellidado Monclús y gran aficionado a la fotografía se ofreció muy amablemente para revelarme de manera manual y con garantía de calidad probada el carrete de película impresionado de Angela Molina y evitar así la posible manipulación de las fotos en un laboratorio industrial.
Acepté el trato con tan mala fortuna que, según el propio Monclús, una falsa y desgraciada manipulación en su improvisado laboratorio del material tan alegremente impresionado por mi parte quedó completamente velado e inservible por lo que jamás pude disfrutar de aquellas espontáneas fotos en las Ramblas ni la gran actriz Ángela Molina pudo recibir nunca aquel recuerdo que me había exigido y que le hubiera gustado mucho tener hoy en su poder.
NOTA:
Está curiosa anécdota es anterior al año 1977. En ese año Ángela Molina protagoniza junto a Fernando Rey y bajo la dirección de LUIS BUÑUEL la película que la lanzaría definitivamente a la fama internacional: ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO
Jose Agustín Goytisolo, tristemente fallecido, fue un excelente poeta y escritor con el que Luis Espinosa y yo mantuvimos una cierta discreta amistad en Barcelona.
De su viva voz tuvimos el privilegio de escuchar en más de una ocasión su célebre poema titulado PALABRAS PARA JULIA al que algo más tarde le pondría música el inigualable PACO IBAÑEZ.
El poeta acostumbraba a venir a comer a menudo al restaurante Sopeta Una donde, a la sazón, trabajaba yo como camarero. En ocasiones solía coincidir con Luis Espinosa quién, a fuerza de compartir mantel con él, fue creándose entre ellos una corriente amistosa alentada en nuestro favor por el propietario del restaurante, Carlos Puig. Un tercer cliente, indirectamente implicado en nuestra mutua camaradería, habituaba, asimismo, a intervenir en nuestras amenas tertulias de sobremesa. Se trataba de Victor You, propietario entonces de la mítica sala Zeleste de la calle Platería y donde tendría lugar la desagradable anécdota ocurrida con ocasión de una visita nocturna a la misma llevada a cabo por el propio Goytisolo, Luis Espinosa y yo.
Terminarían ellos de cenar esperando a que yo finalizara el turno de noche para dirigirnos, como habíamos acordado previamente, hasta Zeleste con la intención de presenciar alguna probable actuación en el local de la que ya, francamente, ni me acuerdo.
Una mesa en el vestíbulo de la sala, bastaba para improvisar la función de taquilla en la que se expendian las entradas los días de actuación. Luis y yo, por razones que explicaré en su momento, estábamos siempre exentos del pago. Solamente Goytisolo adquirió una única entrada y seguidamente tomamos asiento los tres en un banco corrido cerca del escenario.
Finalizado ya el espectáculo y cosumida con él la primera ronda, Goytisolo decidió enseguida invitar a una segunda. En el momento de regresar el camarero con las bebidas solicitadas, el poeta no pudo satisfacer la cuenta porque, sorprendentemente, la cartera había desaparecido, no la tenía en su poder. El camarero, que nos conocía a los tres perfectamente, le restó importancia al incidente invitándonos a que nos tomáramos el tiempo necesario en encontrarla pero, de pronto, inesperadamente, irrumpió en escena un devoto y exaltado admirador de Goytisolo, de maneras harto afeminadas para mi gusto, acusándonos impunemente, sin ningún tipo escrúpulos y a voz en grito, de haber sido Luis y yo los auténticos autores del supuesto hurto de la mencionada cartera.
El poeta intentó en vano persuadirle de que no solo éramos sus invitados sino, además, sus amigos pero esto no pareció convencer al encendido “mariquita” quién se empeñaría, a riesgo de recibir un bofetón por mi parte, en amenazarnos severamente con registrarnos personalmente con tal de recuperar lo presuntamente robado esa noche.
Con anterioridad y debido al sofocante calor reinante, tanto Luis como yo nos habíamos despojado previamente de nuestras respectivas chaquetas que descansaban blandamente a nuestro alcance, sobre el sillón corrido de skay, y a las que intentó aproximase el ferviente admirador con la aviesa intención de registrarlas aunque sin éxito porque para entonces yo ya me había levantado impidiéndoselo y puesto rápidamente en pie, -le ganaba en estatura-, en un tono bastante más que amenazador, le contesté que nuestra palabra era muchísimo más válida que su magnífica exagerada estupidez y que por esta tan sencilla razón no permitiría en absoluto que nadie, y menos un tipo como él, pusiera sus afeminadas manos sobre aquellas tan masculinas prendas de vestir sin nuestro previo consentimiento.
Luis Espinosa continuaba sentado tranquilamente dibujando en su rostro una franca sonrisa en la que podía leerse perfectamente la situación tan kafquiana por la que estábamos atravesando en aquel preciso instante.
De pronto, Goytisolo, levantándose, se excusó abandonando precipitadamente su asiento para ausentarse por unos momentos mientras su eterno admirador quedaría de guardia, en pie frente a nosotros, hasta el regreso del poeta.
Para cuando hubo regresado Goytisolo, la discusión permanecía en un inquietante punto muerto. El poeta traía consigo la desaparecida cartera, olvidada en el momento de pagar la entrada en la mesa del vestíbulo y perfectamente custodiada por el taquillero de turno.
Volví a tomar asiento de nuevo al tiempo que Goytisolo mientras Luis Espinosa, esbozando aún su sempiterna y franca sonrisa, me consolaba distraídamente del sufrimiento padecido por tanta estupidez humana acumulada en tan pequeño espacio.
NOTA:
La razón por la que Luis y yo no pagábamos entrada era por ser los proveedores del tabaco negro CORONAS de algunos de los empleados de ZELESTE.
Le recomiendo a mi buen amigo Dorta la inclusión de la versión de Paco Ibañez de este maravilloso poema en su Blog. Gracias.
PALABRAS PARA JULIA. Poema de José Agustín Goytisolo
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
con un aullido interminable,
interminable...
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás,
como a pesar de los pesares,
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
Un hombre solo, una mujer,
así tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada,
no son nada...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría
que les ayude tu canción
entre tus canciones...
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo,
y aquí me quedo...
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos...
No sé decirte nada más
pero tu debes comprender
que yo aún estoy en el camino,
en el camino...
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...