RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

viernes, 31 de marzo de 2017

LA CHARCA DE ESPERANZA AGUIRRE

Es difícil de creer lo que afirma Esperanza Aguirre cuando dice que ella sólo sabe bailar cha-cha-cha. Sin embargo, sí que ha llegado a admitir que fue, ella solita, la que destapó en su día el célebre Caso Gurtel.

Hoy por hoy  sabemos que de los cuatrocientos cargos nombrados por ella durante su presidencia en la Comunidad de Madrid, según su propio testimonio, sólo dos le salieron ranas: Francisco Granados e Ignacio Gonzalez. El primero por su implicación en la Púnica y el segundo por el caso del ático de Málaga, pero todos nosotros sabemos hoy que fueron muchísimos más y es que, sin ella saberlo, la comunidad de Madrid, durante su presidencia, se había convertido en una vasta charca, putrefacta a rebosar en un principio, de cientos de escuálidos renacuajos, ávidos como siempre del inminente proceso de metamorfosis que tanto caracteriza a los batracios.


El jefe de policía judicial, a petición de los numerosos periodistas congregados en su propio despacho, nos anticipaba hace unos días su personal experiencia vivida sobre el caso de la siguiente manera:

De nada valen los abriles que vivimos si de mujeres nunca se sabe. La que no es buena lo aparenta muchas veces y la que es mala, no lo parece.

Al final de la rueda de prensa, se lamentaba de este otro modo:

¡Ay qué pena me das, Esperanza, por Dios! Tan graciosa pero no eres buena.
¡Ay qué pena me das, Esperanza, por Dios! Tan graciosa y sin corazón

La policía estima que si, tal como ella afirma, sus hombres de confianza se volvieron ranas, ello, sin lugar a dudas, lleva consigo un notable proceso, -como ya antes hemos anunciado-, de particular metamorfosis, durante la cual y a lo largo de todo ese ciclo, comienzan a aparecer en la fisonomía  de los supuestos culpables, evidentes y suficientes síntomas que anuncian una descarada  y concienzuda corrupción organizada; por lo tanto, la Sra. Esperanza, de ningún modo, podía permanecer ajena, todo ese tiempo, a los tejemanejes que se estaban produciendo entonces en el interior de su propio equipo de gobierno.

En el caso de Ignacio González, el proceso de metamorfosis ya mencionado antes, resulta mucho más evidente que en otros: falta de melanina en la piel, tendencia al color pardo-verdoso en el vestir y, sobre todo, el aumento paulatino apreciado en la sotabarba durante la rápida transmutación.

Con estos signos externos tan evidentes, resulta completamente imposible no llegar a sospechar que estos nuevos batracios estaban dando muestras más que fehacientes de un enriquecimiento personal ilícito, desproporcionado y fuera de lo común. Es, precisamente, la apropiación indebida, -y eso lo sabe todo el mundo además de la propia policía-, lo que hace que se conviertan, al fin, en ranas definitivas. Y como Ignacio González, hemos visto muchos más: Juan José Güemes y Manuel Lamela, entre otros, además de los tres del Caso Gürtel: Alberto López Viejo, Alfonso Bosch y Benjamín Martín Vasco.



SANTIAGO DEL TEIDE Y EL MAR

La mayor  tragedia que puede ocurrirle a cualquiera es, precisamente, la que jamás te esperas, como en el caso de ayer en Tenerife, en el que disfrutas plácidamente de un radiante día de sol y mar en primavera y te sorprende la muerte sin remedio.

Una enorme ola, a lomos de cuya cresta cabalgaba, silenciosa de blanca espuma, la muerte, rompió ayer bruscamente contra la lava petrificada del litoral de Santiago del Teide provocando una tragedia, ceñida de imprudencia, que se saldó con la muerte de dos despreocupados bañistas.



Como canario, me sumo al dolor de sus familiares y amigos. Que en paz descansen.

Pero no olvidemos que el mar continúa cobrándose su rédito humano por muy distintas razones a tener cada vez más en cuenta: debido a imprudencias, como en el caso de ayer, al esquilmo de sus aguas, al cambio climático que nos afecta tan directamente, a los vertidos incontrolados, etc., etc. pero tampoco debemos ignorar que el mar se cobra otros réditos, también humanos, entre muchos de aquellos que, por encontrar una vida mejor, transitan por él sin rumbo, en condiciones, la mayoría de las veces, infrahumanas, huyendo de terribles guerras y de la hambruna, eligiendo para su destino rutas imprevisibles y en peligro evidente de zozobra. Y esos réditos que se cobra el mar, suelen ser casi siempre vidas humanas, casi anónimas, que lo único que poseen es un mínimo de esperanza de alcanzar un  futuro decente en cualquier lugar. Para todos ellos, también mis condolencias.

jueves, 30 de marzo de 2017

VIVIR PARA VER-VER PARA CREER

Cuando digo que a mí ya no me interesa el futuro, no me refiero en absoluto a que, -como muchos puedan suponer-, siga anclado todavía en el lejano pasado sino que el presente siempre será considerado por mí como lo más inmediato y tangible a mis intereses personales. Y mientras en este mundo siga con vida en el presente, ¿qué me importa a mí el dichoso futuro? 

En cualquier caso, considero el presente  como lo más inmediato al futuro, de modo que -cuando al fin fallezca- lo haré irremisiblemente en tiempo y cuerpo presente mientras que el concepto de futuro, por ahora, seguirá siendo para mí una romántica quimera como también pueda serlo ese otro concepto de felicidad siempre perseguida y deseada por el ser humano.

El futuro empezará a existir, por lo tanto, a partir de que cada uno de nosotros ya dejemos de estar físicamente presentes en este vasto mundo que nos rodea; un mundo que será cada vez más pequeño en función de su aumento demográfico aunque, a la vez, mucho más robotizado y tecnológico si cabe, en el que las ideas y conceptos irán,  por fuerza, derivando, cambiando y adaptándose paulatinamente de contexto y significado gracias a la aplicación de nuevas filosofías de vida creadas, ex profeso, para afrontar el fenómeno imparable que se espera de una nueva y exigente civilización.

Un ejemplo de lo que me imagino podría ocurrir haría referencia al concepto de trabajo que les espera a los futuros vivos.

Hoy en día, un desempleado, por ejemplo, cobra un subsidio bien merecido de desempleo  por no encontrar trabajo estable en el agitado mercado laboral, saturado como éste se halla por la alta precariedad en el empleo. En ese futuro del que hablo, el sistema establecido para entonces podría asumir el riesgo de pagarte, -sin ninguna dificultad-, por no trabajar en absoluto lo que significaría que mientras un elevado número de personas cobrarían por no hacer prácticamente nada, otro amplio sector de la población podría muy bien beneficiarse de ello y disponer así de trabajo fijo y bien remunerado el resto de sus vidas laborales, con lo que se establecería un nuevo código de conducta aceptado filosoficamente por todos y por el cual, -el simple hecho de renunciar voluntariamente al trabajo, -aunque cobrando-, garantizando así el de otros muchos para que lo llevasen a cabo cómodamente y con eficacia,  sería visto en su nuevo contexto como una novedosa forma de suma generosidad manifiesta, un verdadero sacrificio humano por parte de los primeros, en favor del resto de la clase trabajadora activa mundial.

No cabría pues ruborizarse al admitir que “VIVO SIN TRABAJAR”


miércoles, 29 de marzo de 2017

O-B-D-C (OBEDECE)

Desde que tengo uso de razón hasta la jubilación hace ya seis años, no he parado de acatar órdenes continuamente o, según se mire, de ser sumamente obediente cada día. Dicho esto, debo suponer que, -o uno nace ya obediente o, por el contrario, aprendemos a serlo sobre la marcha-. Yo, personalmente, me considero de estos últimos, a pesar de que nada más salir del útero materno, el ginecólogo ya te propina dos sonoras nalgadas para que no olvides obedecer en el futuro.

Sin embargo, cabe distinguir entre nacer ya obediente y aprender a serlo. En el primero de los casos, el niño jamás se cuestiona las órdenes que a lo largo de su vida recibe porque, al parecer, cree que debe ser ley de vida y como tal las asume; por lo tanto, será tratado siempre por sus parientes y por la sociedad en general como un “buen niño” pero en el segundo, que parece ser el mío, los niños, -aunque obedecen a pies juntillas y en silencio-, en su fuero interno sí que se cuestionan no sólo la validez moral o ética de las órdenes acatadas sino, además, el derecho o no que tienen a su absoluta obediencia, de tal modo que siempre serán sospechosos de obediencia fingida.

Ya durante mi infancia había confeccionado en su momento una minuciosa lista con los distintos tipos de órdenes según su importancia en el ámbito cotidiano y familiar, en el eclesiástico, en el colegio, en el ejército, en el mundo laboral, etc. etc., y el resultado fue el siguiente: ORDEN DIVINA, ORDEN IMPERIOSA, ORDEN SUPREMA, ORDEN TAJANTE, ORDEN MINISTERIAL, etc., etc.

¡Siéntate bien! Me sorprendía silenciosa mi madre atizándome en la nuca un golpe con su mano calentita, o  ¡te he dicho que te pongas los calcetines! Y ¡Abrígate al salir! A la salida de algún espectáculo nocturno y aunque yo ya me lo esperaba, me gustaba siempre oírselo decir a mi madre: ¡Tápate bien la boca! En todos y cada uno de los casos, obedecía sin rechistar pero yo creía entonces que no era un niño como los demás, que sólo obedecían por que sí y ya está.

Sin embargo y a pesar de todo yo tenía una máxima secreta e imperativa: Zoilo, O B D C (obedece)

Creo que con éstos son ya suficientes los ejemplos como para imaginarnos como sería después el concepto de obediencia en el seno del Servicio Militar Obligatorio y posteriormente en el ámbito de la vida laboral. Toda una vida acatando órdenes; la mayoría, imprecisas y ridículas por su naturaleza misma y no por el ánimo democrático de convencer con argumentos en lugar de hacerlo a base de órdenes, sin más.


martes, 28 de marzo de 2017

100 Km/h

Desde mediados del siglo XX ya se venía anunciando que las distancias, a partir de aquel momento, habría que empezar a considerarlas en Km/hora (kilómetros por hora). Se daba ya por hecho que la velocidad había sustituido finalmente al concepto de larga distancia calculada en kilómetros. Y en ello se afanaba la industria, sobre todo la automovilística, en considerar que a mayor velocidad de sus vehículos fabricados, menores resultaban las distancias entre dos puntos. Distancias más cortas en el tiempo que no en el espacio, -todo hay que decirlo-.

Los niños de La Cuesta nos sentábamos por la tarde en una acera paralela a la entonces carretera general que llevaba al norte de la isla y desde allí jugábamos a calcular las distintas velocidades que alcanzaban los numerosos vehículos que entonces subían o bajaban por ella. En alguna ocasión llegamos a considerar que un determinado coche había alcanzado la escalofriante velocidad de cien kilómetros por hora lo que, a la postre, significaba que había logrado el máximo establecido por un motor de cuatro tiempos. De modo que a todo aquello que nos parecía que se movía con inusitada velocidad decíamos siempre que iba a cien por hora. Por ejemplo, la velocidad alcanzada por un balón de futbol impulsada por un profesional, la munición de una escopeta de balines al ser disparada, un amigo que pasaba a toda velocidad camino del colegio, etc., etc. En aquel entonces no concebíamos que existiera nada que superara  aquella mítica velocidad. 

Una vez jubilado, decidí “sacarme” el carnet de conducir. Hasta entonces no lo había necesitado porque nunca con anterioridad tuve vehículo. Ahora que dispongo de uno, alcanzar con él los cien kilómetros por hora, me parece más que suficiente para la poca prisa que tengo por llegar a los sitios que me interesan. Y ello se debe a que aún conservo aquel esquema mental de niño por el que no mido las distancias en kilómetros por hora en función del tiempo sino que lo hago todavía en función del espacio que media entre ambos puntos: entre el de partida y el de destino. Naturalmente que ello me obliga a administrar el tiempo de distinta manera. Prever, sobre todo, el tiempo que tardaré en llegar a donde pretendo si me muevo a cien kilómetros por hora y, -en función de ello-, adelantar convenientemente la hora de salida para llegar a la hora prevista a mi destino a una velocidad constante y sin sobresaltos. Así de sencillo.

Por último, me gustaría señalar que, gracias a la todavía escasa experiencia adquirida al volante, -a mi modo de ver-, a cada paisaje por el que atravieso en carretera, le corresponde una velocidad distinta cada vez. Una velocidad siempre acorde con la naturaleza que me rodea y que se desplaza ante mí. Una velocidad que nunca superará, mientras pueda, aquellos cien kilómetros por hora que tanto me impresionaron cuando niño.

lunes, 27 de marzo de 2017

MI PERRO NO FUMA

Hace ya más de veinte años que dejé el hábito de fumar y en todo este tiempo no me había parado a reflexionar sobre un detalle aparentemente sin importancia como es el hecho de que nunca, que yo recuerde, llegué a ver fumar a nadie en el interior de un estanco; ni siquiera al propietario. El estanco sólo expende tabaco a su comprador pero el placer de fumar hay que buscarlo luego en cualquier otro sitio distinto: la calle, la plaza, el bar, etc., etc. Esta humilde reflexión viene a cuento a raíz de una simpática anécdota acaecida ayer mismo en el pueblo más cercano a donde vivo: Llagostera.

El aire frío nos obligó a mi perro y a mí a entrar en el bar del viejo casino de Llagostera con la intención de tomarme un café. Una vez atravesado el umbral, el único parroquiano que se sentaba cerca de la entrada, al vernos llegar exclamó en voz alta: 

-¡Vaya, hombre! De modo que prohíben fumar en el interior del local y, sin embargo, sí que permiten la entrada a los perros.

-¡Usted perdone!, –respondí- pero da la casualidad de que mi perro no fuma.

-Encima, con cachondeo, -balbució.

-Encima y debajo, -respondí de nuevo.

El parroquiano entonces, señalando amenazador al perrito con el índice, exclamó en voz alta:

-No me haga Vd. enfadar con sus bromas porque soy capaz hasta de morder al perro.

-Eso si antes no le tumbo yo los dientes de un puñetazo, -amenacé

Se hizo de pronto un incómodo silencio entre nosotros. El parroquiano, acariciando la copa vacía sobre la mesa, mirando compasivo al perro, se lamentó:

-Usted perdone, pero yo sólo quería fumarme un cigarrito en paz. De modo que, en realidad, no me importa que entre aquí su perro, ni siquiera los ciento un dálmatas de ese americano. ¿Cómo se llama?, ¿Disney?

-¡Lo siento!, -dije. Yo también sólo quería tomarme un café con tranquilidad pero, dígame, ¿por qué no sale Vd. fuera y se lo fuma, si tantas ganas tiene? 

-Pues porque hace mucho frío, ¿no le parece?

Al final me arrepentí de mi propia insolencia ante aquel desdichado parroquiano que posiblemente tuviera razón al criticar con tanta vehemencia la estricta prohibición de no fumar en el interior de aquel desvencijado local y que, -frente a la dirección del mismo-,  utilizara la presencia de los perros como excusa para lograr su tan ansiado propósito y calmar así su evidente síndrome de abstinencia.



domingo, 26 de marzo de 2017

DE ESPALDAS AL MUNDO


He aprendido a vivir de espaldas a las llamadas redes sociales. La inmensa mayoría de las opiniones vertidas en ellas por los usuarios de turno sobre cualquier tema de actualidad me interesan muy poco; y no me pregunten por qué, pues porque no sabría explicarlo con exactitud puesto que, como he sugerido antes, no he experimentado todavía tal posibilidad ni curiosidad al respecto. Sin embargo, como muchos de mis conocidos saben, sí que dispongo de un Blog dónde intento dejar constancia de mis propias opiniones sobre lo que acontece a mí alrededor, un entorno que no pretende ser, ni mucho menos, cósmico sino muy cercano a los intereses comunes del resto de los mortales que me rodean; sean éstos afines a mis ideas o no.

Tengo que reconocer, sin embargo, el poder que asumen las redes sociales en general para la movilización de masas en favor o en contra de determinados postulados éticos, estéticos, políticos, artísticos, etc., etc. y eso no me parece mal. La capacidad de concentración de determinados sectores de la sociedad en beneficio de un futuro mejor para las clases más necesitadas hacen de las redes sociales un arma imprescindible en la lucha contra la desigualdad manifiesta de sus propios usuarios. En cualquier caso, desde mi modesto punto de vista, hay que distinguir en ellas la diferencia existente entre la capacidad y calidad de las opiniones vertidas y la capacidad de movilización y concentración de masas. 

En tal sentido y a diferencia de los distintos medios de comunicación tradicionales, la segunda característica, es decir, la de movilización es muy superior a la primera mencionada, la de información y opinión.



De lo que si dispongo, aparte del ordenador con el que me comunico con el exterior, es de teléfono móvil. Un aparatito de primera generación que también me basta para comunicarme con mis semejantes en caso necesario. Por no tener, no tiene ni objetivo con el que fotografiar; por lo tanto, estoy muy lejos de poder hacerme un “selfie” que por otro lado no me serviría de nada porque nunca he tratado de ser el protagonista de los lugares que visito cuando éstos me interesan de verdad.

Con todo ello no quiero alegar que no me interese estar debidamente informado de cuanto acontece a mí alrededor, sino afirmar que todavía me queda la radio, los periódicos, incluso la TV, antes de caer, irremisiblemente y nunca mejor dicho, en las llamadas redes sociales tan características del primer decenio del Siglo XXI.

viernes, 24 de marzo de 2017

...... un canario como tú en un lugar como éste?

En las contadas ocasiones en las que he llegado a hacer examen de conciencia del tiempo vivido hasta ahora, he llegado a darme cuenta de que, precisamente, siempre que  hube logrado ganarme la vida hasta llegar a la jubilación, ha sido a través de muy distintos trabajos para los que nunca había estado especialmente preparado, mientras que para aquellos otros que sí lo estaba, nunca tuve oportunidad alguna de acceder a ellos.

Para concretar; en aquellos periodos de tiempo en que por falta de trabajo fijo y estable necesitaba sobrevivir sí que sirvieron de algo mis conocimientos de fotografía, música, bellas artes y literatura pero jamás me aliviaron lo suficiente como para abordar el futuro en condiciones favorables de éxito. Y eso que he trabajado casi de todo, especialmente en aquellos que me garantizaban, por lo menos, la Seguridad Social cara al futuro: oficinista, cajero de supermercado, barman, camarero, jardinero, etc. 

Los últimos veinte y ocho años acabé de funcionario público en el Ayuntamiento de Mollet del Vallés, en Cataluña. Y siempre tuve que oír lo mismo: ¿pero que hace un canario como tú en un sitio como éste? Como si el buen clima y la calma de la que se disfruta normalmente en Canarias fueran suficientes como para poder vivir sin trabajar.

Hoy no me arrepiento porque, por fin, dispongo de una modesta pensión que me permite, -por lo menos y aunque sea como entretenimiento-, pintar, fotografiar, hacer música y, sobre todo, escribir.

Me sentía muy desgraciado al no poder subsistir de todo aquello para lo que realmente había estudiado y para lo que, en definitiva, me encontraba bien preparado pero así es la vida. No por ello me alegra saber, sin embargo, que no fui el único y que, desafortunadamente, aún ahora, cientos de jóvenes preparados pasan por idéntica situación a la que pasaron otros y yo mismo entonces. Lo único que cambia es la pregunta que hoy por hoy suelen continuar haciendo: ¿pero que hace un joven español como tú en un sitio como Londres? o como Berlín? o como París?  etc., etc.

jueves, 23 de marzo de 2017

TERROR ISLÁMICO

Lo peor del Islam ha vuelto a atacar de nuevo. Esta vez con los escasos medios de los que, por el momento, se hallan a su alcance. Y lo ha hecho en Londres, donde cada uno de cinco habitantes es de origen musulmán.


La lucha armada contra el infiel, según la interpretación que algunos hacen del Corán, les garantizará la Gloria eterna, donde podrán disponer de todo aquello de lo que se han visto privados en vida, incluidas las mujeres, naturalmente doncellas.

Ese goce material de la Eternidad se contradice con aquel otro que preconiza la religión católica, -el cristianismo en general-, en el que alcanzar el Cielo es visto también como un goce eterno pero del todo espiritual; es decir, muy alejado de ese otro que sólo promete placeres terrenales y materiales después de muertos, por lo que la felicidad no es vista en si misma como una entelequia sino que permanece siempre al alcance de cualquier cristiano creyente, arrepentido a tiempo de todos sus pecados.


Visto desde éste punto de vista, ¿Cómo hacer creer a esos musulmanes que los cristianos, una vez fallecidos, como víctimas además de su extrema barbarie, también y según sus propias creencias acabarán, de igual modo, alcanzando la Gloria?

Si los terroristas, -que tanto invocan a Alá para cometer sus criminales atentados-, estuvieran plenamente seguros de que los que hoy son sus acérrimos enemigos también podrían alcanzar la Gloria prometida una vez asesinados, posiblemente llegarían al convencimiento de que quizá no hubiera valido la pena derramar en vida tanta sangre inocente para lograr el mismo objetivo.

Otra cosa muy distinta es la lectura geopolítica que pudiera hacerse de los intereses ocultos que movilizan los ataques terroristas; pero Doctores tiene también la Iglesia.

lunes, 20 de marzo de 2017

OTRA VEZ, EUCALIPTOS

Todo el mundo en el Puerto de la Cruz es perfectamente consciente de que un rumor propagado de forma accidental por cualquiera de sus muchos vecinos puede convertirse rápidamente en algo muy aproximado a una verdad sin paliativos. No en vano, antes de pasar a ser, durante muchos años, vecino de aquella hermosa ciudad turística, ya me advertían en Santa Cruz, no sin cierta  ironía, de que tomara severas precauciones ante la legendaria y amenazante costumbre de sus ciudadanos: “…..en lenguas del Puerto te veas”.

Después de algunos años ausente de la isla, al regresar por primera vez de vacaciones al Puerto,  un rumor en boga entonces, casi certificaba la enorme dimensión económica que había alcanzado la empresa del Loro Parque y, con ella, el rápido enriquecimiento de su propietario para que el Ayuntamiento de la ciudad, acuciado por la severa crisis de aquellos años, se viera en la obligación de recurrir y solicitar al propietario de aquella entidad,  dinero prestado para pagar las nóminas atrasadas de sus empleados municipales.


¿Qué había de cierto en aquel rumor? Yo no lo sé. Lo que sí puedo asegurar es que, de ser cierto, no cabe duda que determinados favores como el que se supone del propietario del Loro Parque al Ayuntamiento, tendría como consecuencia última una simbólica y justa compensación que, tal vez, tardaría años en verse del todo cumplida. No quisiera con esta sutil insinuación justificar el intento de rapto, por así decirlo, de los eucaliptos de la vega lagunera que tanto han dado que hablar éstas últimas semanas, sino manifestar públicamente que determinados favores concedidos, de ser ciertos, conducen a situaciones en las que se da por hecho que una forma de pago por los servicios, otrora prestados, podría corresponder esta vez al Ayuntamiento de La Laguna en forma de unos árboles centenarios que han llegado a preservarse por pura casualidad en su medio ambiente natural.

Lo mejor y más prudente para todos, sería no solicitar nunca ningún tipo de favores a entidades particulares que luego puedan pasarnos una factura como la que acabamos de rechazar.