Músicos a sueldo del OASIS PLAYA. No recuerdo el nombre del pianista valenciano que aparece en la foto pero sí el de la joven cantante: MIRIAM.
Aquel día, mi padre regresaría contento y temprano a casa después de saber que en el OASIS PLAYA, -recién inaugurado entonces-, se habían interesado por su contratación inmediata como jefe de barra y en calidad de barman de tan prestigioso local. Hasta aquel momento había desempeñado las mismas funciones en el mítico Bar Dinámico de la Plaza del Charco (propiedad del Sr. Sotomayor) donde dejara constancia de su alta profesionalidad al costado de incondicionales colegas del mundo de la hostelería de la gran categoria humana como las que atesoraban gentes como Heraclio, Paco y un largo excétera de los que lamento mucho no recordar sus nombres pero que, sin embargo, sus definidas fisonomías ocupan un lugar de privilegio en el recuerdo.
No consigo traer con exactitud a mi maltrecha memoria a todos aquellos que fueron los nuevos compañeros con los que Zoilo senior se encontrara en su definitivo destino laboral de la Avenida de Colón, esquina con la Avda. de Venezuela pero, de entre todos ellos, no puedo olvidarme, ni por asomo, del educadísimo y afable Nino, por ejemplo, excelente amigo, maitre y buen cantante además; El Chato, simpatiquísimo camarero peninsular; Tapia, quién además de encargado en el Oasis, fuera propietario de un pequeño bar situado en la márgen izquierda de la estrecha calle que separaba el Hotel Monopol del Hotel Marquesa y cuya especialidad a altas horas de la noche eran unos deliciosos pepitos que los noctámbulos de aquel maravilloso Puerto de la Cruz, degustábamos con sumo placer muy entrada ya la madrugada.
El OASIS PLAYA representó en su momento una nueva manera de concebir un bar con terraza y que pese a sus escasas dimensiones se erigiría rapidamente en el paradigma por excelencia de lugar de encuentro donde, -mientras se aguardaba-, se disfrutaba al propio tiempo de la magnífica música que desgranaba ante el teclado de su piano de cola el "Gran FOREST" (también acordeonista), excelente músico en perfecta sintonía, -y nunca mejor dicho-, con la nueva filosofia con la que pretendía llevar a cabo su propio negocio y que terminaría aplicando el empresario alemán, Herr WELLS.
Durante algún tiempo, también yo trabajaría a las órdenes del contable Sr. Agustín en calidad de ayudante en una pequeña oficina situada en la segunda planta de la parte posterior del edificio. En alguna ocasión, como condición indispensable de mi trabajo, hube de desplazarme hasta un determinado lugar del Parque de Taoro para entregar al Sr. Wells en persona y en su propio domicilio alguna especie de estadillo de cuentas, elaborado exprofeso para aquel día por su exiguo departamento de contabilidad.
El OASIS PLAYA, como ya he apuntado anteriormente, reunía unas especiales características que hasta entonces no se habían dado en ningún otro lugar del Puerto y que constituian la estructura idónea de un negocio rentable que lo hacía único en su estilo y que, posteriormente, sería descaradamente copiada por locales tan pintorescos como EL PONCHO o el CAFÉ DE PARÍS, entre otros, por poner dos ejemplos inmediatos en el tiempo y la distancia.
Una diminuta aunque bella zona ajardinada (con jardinero en nómina), gran profesionalidad, buenos músicos, mejor servicio y alguna que otra especialidad culinaria concreta cimentaron, en gran manera, la compleja estructura ya mencionada sobre la que descansaría la gran aceptación popular con la que se vio incrementada la, ya de por sí, magnífica clientela extranjera de la que a la sazón presumía el OASIS PLAYA.
Por cierto, la especialidad culinaria del OASIS puesta en práctica, si no me equivoco, por el gran NINO, a la sazón maitre en funciones del local, consistió en LA BANANA FLAMBÉE, con lo que promocionaba, aún más si cabe y sin ni siquiera pretenderlo, el consumo masivo de nuestro riquísimo plátano canario entre las huestes de turistas que ya nos visitaban por aquel entonces.
Se sucederían muy diversas etapas desde su inauguración. Desde la contratación, en un principio, de algunos artistas extranjeros de los que yo mismo fuí testigo hasta la incorporación, algo más tarde, de músicos españoles de muy distintas disciplinas y orígenes además de la inestimable colaboración de los muy distinguidos espontáneos nacionales que encontraban en el escaparate en que se convertía con su presencia, cada tarde-noche el Oasis, en una plataforma idónea de proyección local y expansión popular y artística (Israel fue el espontáneo más ilustre del local) de la que muchos se aprovecharían luego en beneficio propio.
A la sombra de la gran popularidad alcanzada por el OASIS PLAYA, se abrirían a su debido tiempo otros dos locales más pertenecietes ámbos al mismo ámbito empresarial: EL OASIS PLAZA, en la Plaza del Charco y, algo más tarde, el OASIS CENTRO, en la calle de San Juán del que me informan que se encuentra a punto de cerrar sus puertas para siempre.
No pretendo, ni mucho menos, componer una historia pormenorizada y exhaustiva de la significación que alcanzó en su día la popularidad de tan notable establecimiento. Sin embargo, sí que puedo afirmar que con el supuesto suicidio por ahorcamiento, acaecido en su propio domicilio del Parque de Taoro, del Sr. Wells, el nuevo rumbo que posteriormente tomara la empresa en ausencia de su propietario, fue debido, en gran medida, a la responsabilidad y decisiones afrontadas por sus propios empleados quienes, al frente de un negocio ahora completamente huérfano, se verían obligados a la necesidad de tener que mantener, en la medida de lo posible, el prestigio y el glamour que la firma había ido adquiriendo a lo largo de los mejores años de su propio desarrollo.
Por lo que a mí respecta y por el simple hecho de haber estado parcialmente vinculado al OASIS, aún ignoro las posibles razones por las que su propietario, en el punto culminante de su lucrativo negocio, hubiera de quitarse la vida de forma tan repentina, violenta y sin motivo aparente. Esta causa-efecto me ha llevado a barajar distintas conjeturas respecto de los pormenores de estas muertes acaecidas con tanta vehemencia en un periodo tan peculiar y aparentemente tan afortunado como el que, por aquel entonces, vivía el Puerto de la Cruz y en el que se mezclan similares coincidencias como las que pareció revestir la muerte, también violenta y en extrañas circunstancias, del entonces propietario de la mítica boite Golden Club, Jean-Paul.
Quizás, debido a mi delirante imaginación juvenil, yo me sintiera especialmente afortunado al creer adivinar por aquellos días, entre otras organizaciones internacionales, la presencia de destacados miembros franceses de la OAS, por ejemplo, vinculados a distintos negocios de índole turística (Cintra Club, en la calle de la Hoya) diseminados por las distintas costas de la geografía española, incluyendo las canarias. O, en otra distinta medida, jactábame a menudo de haber podido descubrir o cuanto menos sospechar de la presencia de algunas discretas pero peligrosas redes mafiosas moviéndose de forma siniestra por las calles del Puerto de la Cruz, ejecutando a discreción determinadas órdenes criminales como las perpetradas en las personas de los ya mencionados Herr Wells y Monsieur Jean Paul.
La disposición de estas organizaciones delictivas en el Puerto de la Cruz constituiría un capítulo de investigación muy profundo y determinado y que no me corresponde a mí desentrañar en este preciso momento pero que, sin embargo, también sumado al de la más que probable presencia, por todos conocida, de una distinguida y discreta colonia nazi refugiada, más que instalada, durante aquellos felices años entre nosotros, daría lugar, sin duda, a un valioso documento de rigor histórico-sociológico susceptible de ser estudiado y valorado en su total dimensión y que alcanzaría a aclarar, en gran manera, el oscuro y turbio pasado que en buena parte nos incumbe a casi todos los ciudadanos del Puerto. Organizaciones cuyos múltiples delitos fueron ampliamente tolerados durante aquella época dorada por determinados segmentos muy concretos de la población portuense, cuando no amparados, -con total impunidad y decidida eficacia-, por el régimen imperante de la ya, por suerte, extinguida dictadura franquista.
